Tercera regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Inquiete su conciencia con la culpa de sus deseos pecaminosos.
¿Qué significa esto y cómo puede ser hecho? Significa que usted debe hacer más que simplemente reconocer la culpa de su deseo pecaminoso. Usted debe inquietar su conciencia con la culpa de su particular deseo pecaminoso. ¿Cómo puede usted hacer esto? Vamos a señalar dos formas generales y dos formas específicas de hacerlo.
Formas generales para inquietar la conciencia:
- Exponga su conciencia a la luz escudriñadora de la Ley de Dios. Ore por la obra de convicción del Espíritu Santo, a fin de que Él use la Ley de Dios para convencerle de la grandeza de su culpa. Permita que el terror de la Ley de Dios penetre profundamente en su conciencia. Piense en cuán justo sería Dios si castigara cada una de las transgresiones que usted ha cometido contra su Santa Ley. No permita que su corazón engañoso argumente que la Ley de Dios no le puede condenar, debido a que usted “no está bajo la ley sino bajo la gracia” (Romanos 6.14). Diga a su conciencia que mientras que el pecado no mortificado permanezca en su corazón, usted no puede tener una seguridad verdadera de ser libre de su poder condenatorio. Dios ha dado la Ley para condenar el pecado donde quiera que este se encuentre. La Ley de Dios tiene el propósito de descubrir la culpa del pecado de los creyentes, tanto como lo hace con la culpa y el pecado de los incrédulos. La Ley de Dios tiene el propósito de despertar a los creyentes para que vean la culpa de sus pecados y para que se humillen a sí mismos y traten con él. La renuencia a permitir que la Ley inquiete su conciencia no es una buena señal. Más bien, es un triste indicativo de la dureza de su corazón y de la naturaleza engañosa del pecado. Tenga cuidado de pensar que la liberación del castigo de la Ley divina, signifique que la Ley ya no sirva como una guía para su vida o para exponer su pecado. Este es un error peligrosísimo que ha arruinado a muchos que profesan ser creyentes. Si usted afirma que pertenece al Señor, rehúse pensar de esta manera. Más bien, persuada a su conciencia a escuchar cuidadosamente lo que la Ley de Dios dice acerca de sus deseos y sus caminos pecaminosos. ¡Oh! Si usted hiciera esto, le conduciría a temblar y a arrodillarse ante Dios. Si usted realmente quiere hacer morir sus deseos pecaminosos, permita que la Ley de Dios inquiete su conciencia, hasta que usted sea convicto de la terrible culpa de sus deseos pecaminosos. No se contente hasta que pueda decir juntamente con David en su arrepentimiento: “Reconozco mis rebeliones y mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51.3).
- Permita que el Evangelio condene y mortifique sus deseos pecaminosos. Piense cuánto debe al Evangelio. Dígase a sí mismo: “Dios me ha mostrado tanta Gracia, amor y misericordia y yo, ¿cómo he respondido? He menospreciado y pisoteado su bondad para conmigo. ¿Es de esta manera cómo demuestro mi agradecimiento por el amor del Padre y la sangre de su Hijo? ¿Cómo pude contaminar mi corazón por el cual Cristo murió para limpiar y en el cual el bendito Espíritu vino a morar? ¿Qué puedo decir a mi querido Señor Jesús? ¿Es mi comunión con Él de tan poco valor, que puedo permitir que mi corazón se llene tanto con deseos pecaminosos, que casi ya no queda ningún lugar para Él? ¿Cómo puedo entristecer cotidianamente al Espíritu Santo, quien me ha sellado para el día de la Redención?” (Efesios 4.30). Considere estas cosas cada día, y con la ayuda del Espíritu Santo se disgustará con la vileza de sus deseos pecaminosos y deseará mortificarlos.
Formas específicas para inquietar la conciencia:
- Piense acerca de la infinita paciencia y longanimidad de Dios para con usted. Piense cuán fácilmente Dios le pudiera haber expuesto a la vergüenza y el reproche en este mundo. Y no obstante, en su misericordia Él ha encubierto su pecado de los ojos del mundo y frecuentemente le ha detenido de pecar abiertamente. Cuán fácilmente Dios pudiera haber terminado su vida pecaminosa y haberlo enviado al infierno. A pesar de su bondad para con usted en estas maneras, usted ha continuado dejando que sus deseos pecaminosos hagan lo que quieran. Cuán frecuentemente usted ha provocado a Dios, rehusándose a hacer algún esfuerzo, o haciendo muy poco esfuerzo para mortificar sus deseos pecaminosos. ¿Piensa usted seguir provocando a Dios y probando su paciencia? Piense acerca de las ocasiones cuando usted ha planeado voluntariamente complacer los deseos de su naturaleza pecaminosa, pero Dios en Su Gracia le ha refrenado. Piense en las ocasiones cuando usted ha cedido tanto ante sus deseos pecaminosos, que su conciencia le ha alarmado y le ha hecho temer que Dios ya no le tendría misericordia. Y sin embargo, Dios ha tenido misericordia de usted y le ha conducido nuevamente al arrepentimiento y la Fe.
- Piense acerca de cómo Dios en Su Gracia, ha tenido misericordia de usted repetidas veces. Piense que tan seguido la misericordia de Dios le ha salvado de ser endurecido por el engaño de pecado. Piense acerca de cuántas veces usted ha encontrado que su vida espiritual se ha enfriado; piense en los tiempos cuando su deleite en los caminos de Dios, en la oración, en la meditación sobre la Palabra y la comunión con el pueblo de Dios casi se han desvanecido. Piense en las ocasiones cuando en varias formas usted se ha alejado de Dios, y sin embargo, Dios le ha rescatado y restaurado. Piense en la muchedumbre de asombrosas providencias que Dios ha obrado en su vida. Piense en las pruebas que Dios ha convertido en bendiciones y las pruebas de las cuales le ha librado. Piense en todas las formas en que Dios le ha bendecido. Después de todas estas muestras de la Gracia de Dios hacia usted, ¿puede continuar permitiendo que los deseos pecaminosos endurezcan su corazón en contra de la Gracia? Inquiete su conciencia con la ayuda de tales pensamientos y no se detenga hasta que su corazón sea afectado por su culpa. Hasta que esto suceda, usted nunca hará ningún esfuerzo vigoroso para mortificar el pecado. Hasta que esto sea hecho, no habrá ningún motivo poderoso que le impulse a ocuparse en la próxima regla.
Cuarta regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Esfuércese para desarrollar un anhelo continuo por la liberación del poder de sus deseos pecaminosos.
Este anhelo por la liberación es en sí mismo una Gracia que tiene poder para ayudarle a lograr lo que está anhelando. Por ejemplo, cuando el apóstol Pablo describe el arrepentimiento y la tristeza según Dios de los corintios, él usa la expresión “qué ardiente afecto (gran deseo)” (2 Corintios 7.11).
Tenga por cierto que, a menos que usted anhele la liberación, usted nunca la obtendrá. Un fuerte deseo es la esencia de la oración verdadera. Un fuerte deseo enfocará su Fe y su esperanza en la liberación de Dios. Siga clamando a Dios por esta Gracia de un constante anhelo, hasta que reciba la liberación.
Quinta regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Aprenda a reconocer que algunos de sus deseos pecaminosos están arraigados en su propia naturaleza.
La tendencia hacia ciertos pecados está arraigada en su naturaleza pecaminosa. Por ejemplo, algunas personas tienen mayor dificultad para controlar su temperamento, más que otras. Algunas personas tienen una tendencia natural a comer demasiado, a la flojera o algún otro comportamiento pecaminoso. Esto significa, que usted necesita saber las tendencias pecaminosas que está arraigadas en su propia naturaleza. Estas tendencias no deberían ser excusadas diciendo: “Así soy” o “Así es mi naturaleza”. No, usted debe reconocer la culpa de tener estas tendencias pecaminosas y esforzarse para vencerlas.
Un remedio que debería ser aplicado para contrarrestar tales tendencias pecaminosas, es el que el Apóstol Pablo usó en 1 Corintios 9.27: “Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer”. En otras palabras, usted pone los apetitos del cuerpo bajo control, con la ayuda de Dios, por medio de la oración y en ocasiones el ayuno. Esto no debería ser confundido con la frase “duro trato del cuerpo” que es condenado por el mismo apóstol en Colosenses 2.23. No, esta es una humillación voluntaria de su alma, usando el medio divino del ayuno y la oración, dependiendo de la bendición del Espíritu de Dios, para debilitar los deseos pecaminosos que están arraigados en su naturaleza.
Sexta regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Vele y guarde su alma contra todas las cosas que usted conoce que estimularían sus deseos pecaminosos.
Vea, por favor, mi libro sobre el tema de la tentación, donde esta regla es tratada con detalle. Por el momento, simplemente nos fijaremos en las palabras del Rey David: “me he guardado de mi maldad” (SaImo 18.23). David velaba todos los caminos y las maquinaciones de sus deseos pecaminosos, para prevenirlos y pelear en su contra. Usted debe hacer lo mismo. Esto significa que usted debería pensar acerca de las circunstancias que normalmente estimulan sus deseos pecaminosos y hacer todo lo posible para evitar tales situaciones. Por ejemplo, si usted sabe que con ciertas compañías sus deseos pecaminosos son estimulados, entonces, usted debe tratar de evitar esa compañía. Si el deber exige que usted tenga contacto con esas personas, debería ser muy cuidadoso.
Si usted sufre de una enfermedad, es muy sabio evitar cualquier cosa que pudiera empeorarle. Ahora, si usted tiene tanto cuidado de su salud física, cuánto más debería tenerlo para su salud espiritual. Recuerde, que aquel que se atreve a jugar con las oportunidades de pecar, también se atreverá a pecar. La manera de evitar el adulterio con una prostituta es: “Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa…” Proverbios 5.8).
Séptima regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Pelee con sus deseos pecaminosos tan pronto como comiencen.
Si usted viera una chispa salir de la chimenea hacia la alfombra, usted la aplastaría inmediatamente. No le daría la oportunidad de prender la alfombra y quemar toda su casa. Trate con los deseos pecaminosos en la misma manera. Considere hasta cuál punto un pensamiento impuro puede conducirle. Si este pensamiento no es refrenado, tarde o temprano, los hechos impuros le seguirán.
Pregunte a la envidia hacia donde quiere ir. Asegúrese de que la envidia no refrenada, tarde o temprano, le conducirá al homicidio y la destrucción. Si usted no refrena el pecado desde el principio, es muy improbable que pueda frenarlo después. Si usted le da al pecado una pulgada de espacio, entonces le exigirá una milla. Es imposible fijarle límites al pecado. Es como el agua de un río, que una vez que se ha desbordado, tomará su propio curso. “El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Proverbios 17.14).
Octava regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Medite sobre la excelente majestad de Dios.
Esta es la manera para humillarse a sí mismo y ver qué tan vil es usted. Cuando Job realmente vio la grandeza y la excelencia de Dios entonces confesó: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y en la ceniza” (Job 42.5-6). La Escritura nos muestra muchos ejemplos semejantes de hombres piadosos que fueron grandemente humillados y abrumados cuando Dios les reveló algo de Su grandeza y de Su excelencia (por ejemplo: Isaías, Pedro y Juan). Si usted toma en serio la forma en que la Palabra de Dios compara a los hombres de este mundo con “langostas”, con “menos que nada” y como “cosa vana” (Isaías 4.12-25), entonces esto le ayudará mucho a mantenerse humilde. Un espíritu verdaderamente humillado le ayudará mucho en sus esfuerzos para mortificar el pecado. Entre más que medite sobre la grandeza de Dios, más sentirá la vileza de sus deseos pecaminosos.
Una cosa que le ayudará a meditar sobre la grandeza de Dios, es sencillamente reconociendo: ¡qué tan poco sabe usted de Él! Usted puede saber lo suficiente de Dios para mantenerse humilde, pero cuando usted hace un recuento, resulta que usted sabe todavía muy poco acerca de Él. Esto es lo que le hizo a Agur (el “autor humano” de Proverbios 30.1-4) darse cuenta cuán “ignorante” era de Dios. Entre más que usted se percate de qué tan poco conoce a Dios, más humillado será el orgullo de su corazón.
Comience pensando acerca de su ignorancia de Dios, fijándose en cuán ignorantes son aún los hombres más piadosos en su conocimiento de Él. Piense acerca de Moisés, quien rogaba a Dios que le “mostrará su gloria” (Éxodo 33.18). Dios le mostró algunas de las cosas más gloriosas acerca de Sí mismo (Éxodo 34.5-7), pero estas cosas eran tan solo “las espaldas” de Él y Dios le dijo: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre y vivirá” (Éxodo 33.20).
Algunas personas pudieran pensar que desde que Cristo Jesús vino, nuestro conocimiento de Dios ha crecido mucho más que el que tuvo Moisés. Hay algo de verdad en esto, pero es igualmente cierto, que a pesar de la Revelación de Dios en Cristo Jesús, los creyentes más piadosos solamente ven “las espaldas” de Dios.
El Apóstol Pablo, quien probablemente vio la gloria de Dios más claramente que ninguno (2 Corintios 3.18), solamente pudo ver a través de un espejo (1 Corintios 13.12). Pablo compara todo su conocimiento de aquel instante, con el tipo de conocimiento que tenía cuando era un niño. Usted pudiera amar, honrar, creer y obedecer a su Padre celestial y Él aceptará sus pensamientos infantiles; porque esto es lo que son, pensamientos infantiles. No importa cuánto hayamos aprendido de Él, aún todavía conocemos muy poco. Algún día conoceremos mucho más de lo que podríamos conocer ahora, pero en el presente, aún aquellos que ven más claramente la gloria de Dios, solamente ven en forma borrosa aquella gloria.
Cuando la reina de Sabá, quien había escuchado mucho acerca de la grandeza del rey Salomón, por fin vio esta grandeza con sus propios ojos, se vio obligada a confesar: “Ni aún se me dijo la mitad” (1 Reyes 10.7). Quizás imaginemos que nuestro conocimiento de Dios es bueno, pero cuando seamos llevados a Su presencia, entonces clamaremos: “Nunca le conocimos tal como es, ni siquiera una milésima parte de Su gloria, perfección y bienaventuranza habían entrado en nuestros corazones”.
Muchas de las cosas que creemos acerca de Dios son ciertas; el problema es que no podemos entenderlas completamente. No podemos comprender del todo a un Dios “invisible”. Por ejemplo, ¿quién puede entender la descripción que nos es dada en 1 Timoteo 6.16: “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver”? La gloria de Dios es tan grande que ninguna criatura puede mirarla y vivir. Dios se describe a sí mismo en estas maneras para ayudamos a ver cuán diferente es de nosotros, y para mostrarnos lo poco que conocemos acerca de Él, cómo realmente es.
Piense en la eternidad de Dios: un Dios que no tuvo principio y que no tendrá fin. Podemos creer esto pero, ¿quién puede realmente entender la eternidad? Lo misma es cierto en cuanto al misterio de la Trinidad. ¿Cómo puede Dios ser uno y a la vez tres; un solo Dios y, sin embargo, tres personas distintas en la misma esencia? Nadie puede entender esto. Esta es la razón por la cual muchos rehúsan creerlo. Por la Fe podemos creer el misterio de la Trinidad, pero ningún creyente realmente lo entiende.
No solamente entendemos muy poco acerca del Ser de Dios, sino también entendemos muy poco de Sus caminos. Dios dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55.8-9). El Apóstol Pablo escribe algo muy parecido en Romanos: “¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11.33). Aunque, en ocasiones, el Señor nos enseña las razones de las cosas que Él hace, hay muchas otras ocasiones cuando simplemente no podemos entender Sus caminos.
Al enfatizar cuán poco el creyente conoce de Dios, no estamos sugiriendo que sea imposible conocerlo. Tampoco estamos subestimando la Revelación tremenda que Dios ha dado a través de Su Hijo. En muchas diferentes maneras Dios ha revelado muchísimo acerca de Sí mismo. El punto que estamos enfatizando es simplemente que somos incapaces de entender plenamente aún lo que Dios ha revelado. Debemos estar agradecidos por todo lo que sabemos de Dios, pero entre más que sabemos, más nos sentimos humillados por lo poco que realmente sabemos.
Hay dos cosas que nunca debemos olvidar:
- Primero, nunca debemos olvidar el propósito que Dios tiene de revelarse a Sí mismo. No es para descubrir Su gloria esencial de modo que le veamos tal como es. Más bien, Él simplemente revela suficiente conocimiento de Sí mismo para que tengamos Fe en Él y para que confiemos, le amemos y le obedezcamos. Este es todo el conocimiento necesario y suficiente para nosotros en este estado presente. Sin embargo, en el estado futuro, Él hará una revelación nueva de Sí mismo y entonces, todo lo que sabemos ahora nos parecerá como la sombra de aquella nueva Revelación.
- Segundo, nunca debemos olvidar cuán insensibles y lentos de corazón somos para recibir todo lo que la Palabra de Dios quiere enseñamos acerca de Él. A pesar de la clara Revelación que Dios nos ha dado, todavía sabemos muy poco de ella. Mientras que usted piense acerca de la grandeza de Dios y cuán poco usted conoce de Él, ore para que este sea un medio para humillarle. Quiera Dios llenar continuamente su alma con un santo temor de Él, para que los deseos pecaminosos nunca puedan prosperar y florecer en su alma.
Novena regla particular para practicar la Mortificación del Pecado
Cuídese de su engañoso corazón.
La Palabra de Dios nos dice claramente que “engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso” (Jeremías 17.9) y muchas experiencias amargas confirman esto. Con esta novena regla, estamos pensando en una forma específica de autoengaño, es decir, de cómo una paz falsa nos puede engañar.
La regla para prevenir que seamos engañados por una paz falsa es la siguiente: Tenga cuidado de no suponer que tiene paz antes de que Dios pronuncie su veredicto (muchos fabrican para sí mismos una paz falsa). Su conciencia es la voz de Dios: escuche lo que ella le dice. Cuando usted peque o este consiente del poder de alguna concupiscencia o tentación, su conciencia le inquietará. Este es el método que Dios usa para advertirle del peligro. Dios es el que está perturbando su paz. Dios está inquietando su alma a fin de que usted se vuelva a Él y le pida que conceda la paz a su alma. Cuando Dios le inquieta en esta forma, su peligro más grande es el de tratar de crear una paz falsa en su alma. En el tiempo de Jeremías, los falsos profetas eran culpables de haber proclamado una paz falsa. Dios habla de ellos en las siguiente manera: “Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: ‘Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 6.14). Usted debería tener cuidado de no hablar como un profeta falso a su propia alma diciéndole: “Paz, paz”, cuando Dios mismo no ha dado esa paz.
Cinco maneras para distinguir la diferencia entre la paz que Dios da y la paz falsa que puede darse usted mismo:
- Cualquier paz que no traiga consigo un aborrecimiento hacia el pecado que ha turbado su alma es una paz falsa. La paz que Dios proclama al alma siempre trae consigo una conciencia de vergüenza y un deseo santo de mortificar los deseos pecaminosos. Cuando usted acude a Cristo para aliviar sus heridas, su fe descansa en un Salvador traspasado y herido. Ahora, si usted hace esto con la ayuda del Espíritu Santo, le será dado un aborrecimiento hacia el pecado que ha turbado su paz. Cuando Dios pronuncia la paz, el alma se llenará de vergüenza por todas las formas en que el pecado ha afectado nuestra relación para con Él (Ezequiel 16.59-63). Es posible que seamos inquietados debido a las consecuencias del pecado, sin que aborrezcamos al pecado en sí mismo. En su inquietud, usted puede estar buscando la misericordia de Cristo y al mismo tiempo, estar cobijando el pecado que usted ama. Esta forma de buscar la misericordia jamás traerá una sólida y verdadera paz. Por ejemplo, supongamos que su conciencia le convence de que ha amado al mundo. Las palabras de 1 Juan 2.15 turban su paz: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. En su turbación, usted se vuelve a Dios para que le perdone, pero usted está más preocupado acerca de las consecuencias de su amor hacia el mundo, que por el pecado de haberlo amado. ¡Esta es una mala señal! Quizás usted será salvo, pero a menos que Dios haga lo necesario para que usted realmente odie su pecado, nunca tendrá paz en esta vida.
- Cualquier paz que no sea acompañada por una convicción de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16.8) es una paz falsa. Cuando Dios pronuncia la paz, nunca lo hace en “palabra solamente”, sino que siempre viene acompañada por el poder del Espíritu Santo (1 Tesalonicenses 1.5). La paz de Dios, efectivamente sana la herida. Cuando nosotros fabricamos una paz falsa, no tardará mucho sin que el pecado que perturba nuestra alma, brote nuevamente. Como regla general, Dios quiere que sus hijos esperen hasta que Él mismo les comunique su paz. Como el profeta Isaías dice: “Esperaré pues a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y a él aguardaré” (Isaías 8.17). Dios puede sanar la herida del pecado en un instante. Sin embargo, en ocasiones, como un médico se tarda para limpiar cuidadosamente la herida, para que cicatrice adecuadamente. Todos aquellos que fabrican su propia paz no tienen tiempo de esperar para que Dios haga cabalmente Su obra. Tal persona acude a Dios aprisa y supone que recibió la paz tan pronto como la pidió. No hay ninguna espera para que el Espíritu de Dios sane adecuadamente la herida del pecado. La paz de Dios endulza el corazón y da gozo al alma. Cuando Dios da paz, Sus palabras no solamente son veraces, sino que también hacen bien al alma. “¿No hacen mis palabras bien?” (Miqueas 2.7). Cuando Dios habla paz, guía y preserva el alma para que no se vuelva a la locura: “Escucharé lo que hablará el Dios Jehová: Porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para que no se vuelvan a la locura” (Salmo 85.8). Cuando una persona fabrica su propia paz, su corazón no es sanado del pecado y entonces continúa en un estado de retroceso. Por otra parte, cuando Dios pronuncia la paz, esta viene acompañada por una consciencia tan fuerte de Su amor, que el alma se siente obligada a mortificar los deseos pecaminosos.
- Cualquier paz que trata con el pecado en una forma superficial es una paz falsa. Como señalamos anteriormente, esta es la queja que Jeremías hizo respecto a los profetas falsos en su tiempo, “Paz, paz” decían ellos, cuando “no había paz” (Jeremías 6.14). En la misma manera, algunas personas hacen que la sanidad de sus heridas pecaminosas sean una obra fácil. Ellos se fijan en alguna promesa de la Escritura y piensan que son sanados. Pero, una promesa de la Escritura puede hacer bien solamente cuando es mezclada con la Fe (Hebreos 4.2). No es una mirada superficial hacia la palabra de misericordia, o hacia alguna promesa lo que trae la paz. Es necesario mezclar la promesa con Fe y aplicarla a nuestro propio caso. De lo contrario, nos encontraremos fabricando una paz falsa. En tal caso, no pasará mucho tiempo sin que su herida se abra nuevamente y entonces sabrá que aún no ha sido sanado.
- Cualquier paz que trata con el pecado en forma parcial es una paz falsa. El creyente sincero no buscará simplemente estar en paz respecto a los deseos pecaminosos más inquietantes o escandalosos. Si tratamos solamente con los pecados que nos inquietan mucho, pero no con aquellos que casi no nos inquietan, entonces estamos tratando con el pecado a medias. Cualquier paz que pudiéramos recibir tratando con el pecado en esta manera, es falsa. Podemos esperar la paz de Dios solamente cuando respetemos por igual todos Sus mandamientos. Dios nos justifica de todos nuestros pecados, Dios nos manda mortificar igualmente, todos nuestros pecados. “Muy limpio eres de ojos para ver el mal…” (Habacuc 1.13).
- La paz de Dios es una paz que humilla, tal como lo vemos en el caso de David en Salmo 51.1. Piense en la profunda humillación que David sintió cuando Natán le habló la Palabra de Dios respecto a Su perdón (2 Samuel 12.13).
Conclusión
Si usted quiere estar seguro de la paz de Dios, aprenda a caminar en la comunión íntima con su Salvador. Jesús nos dice: “Mis ovejas oyen mi voz”. Mientras que aprendemos a tener comunión con nuestro Salvador, aprenderemos a distinguir entre Su voz y la voz de los extraños. Cuando Él habla, lo hace como ningún otro hombre, porque habla con poder. Cuando Jesús habla, de alguna manera hará que su corazón arda dentro de usted tal como lo hizo con los discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24.32).
La otra evidencia principal de que el Señor ha pronunciado paz al alma es el bien que produce. Sabemos que el Señor ha pronunciado la paz cuando el resultado es una persona más humilde. Sabemos que el Señor ha pronunciado paz cuando los deseos pecaminosos han sido verdaderamente debilitados, cuando las promesas de paz le conducen a amar a Dios y a purificar su alma. Sabemos que el Señor ha pronunciado paz, cuando hay una verdadera tristeza por el pecado. Cuando hay una obediencia amorosa y un intento de mortificar el egoísmo o el amor propio, entonces podemos decir que el Señor ha pronunciado paz.
Extracto de la obra del pastor puritano John Owen, publicada por primera vez en 1656 y titulada en inglés “On Mortification of Sin”. Traducción y notas realizadas por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery. El título en español es: “La Mortificación del Pecado”.