autumn, cemetery, cross-2182010.jpg

Reglas particulares para practicar la Mortificación del Pecado (I)

En la publicación anterior consideramos dos reglas generales para la mortificación de pecado. En este artículo comenzaremos a considerar las reglas más específicas o las directrices que pueden ayudar al creyente en el deber de la mortificación.

Primera regla particular para practicar la Mortificación del Pecado

La primera de estas reglas sirve para preparar al creyente para la mortificación:

Necesitamos un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que será mortificado.

La primera cosa que un buen doctor hace cuando alguien viene a verlo para tratar alguna enfermedad es hacer una revisión cuidadosa de su paciente. Haciendo esto, el doctor trata de averiguar todos los síntomas relacionados con la enfermedad. Por ejemplo, tomará al paciente la temperatura, revisará su pulso y la presión sanguínea. Le hará preguntas acerca de cuándo comenzó la enfermedad. Se fijará en todos los síntomas, por ejemplo: el dolor, la inflamación, el sarpullido, las ronchas, etcétera. Con la ayuda de estos síntomas, el doctor encontrará la enfermedad exacta que necesita ser tratada. Esta parte es conocida como el diagnóstico. Un buen doctor jamás recetará pastillas simplemente porque el paciente tiene algún dolor. El deseará saber qué es lo que está causando el dolor o la enfermedad, antes de recetar cualquier medicina.

En forma semejante, podemos pensar de los deseos pecaminosos como si fueran una enfermedad que necesita ser diagnosticada correctamente antes de que pueda ser tratada. Algunos tienen síntomas más graves que otros. Estos no serán mortificados con el mismo remedio usado para curar otro deseo pecaminoso que presenta síntomas menos graves. Esto nos conduce a considerar algunos de los síntomas preocupantes que nos indicarán si necesitamos un remedio más fuerte que lo normal.

  1. Un deseo pecaminoso firmemente establecido. Un deseo pecaminoso al cual se le ha permitido corromper el corazón por un largo período de tiempo sin ningún intento vigoroso de mortificarlo o de sanar las heridas que ha causado, es un síntoma peligroso. Tal deseo pecaminoso trae al alma a la condición lamentable que David describe: “Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura” (Salmo 38.5). En tal caso, el curso ordinario de humillación no será suficiente para mortificar este pecado. Este ha corrompido la conciencia hasta tal grado, que el deseo pecaminoso y la conciencia pueden vivir juntos, sin fijarse mucho uno en el otro. El deseo pecaminoso hace más o menos lo que quiere, y la conciencia apenas sabe lo que está pasando. En un tiempo pasado, la conciencia hubiera estado muy alarmada ante tal circunstancia, pero ahora está casi dormida. Tal deseo pecaminoso necesita ser tratado con la misma seriedad con la cual un buen doctor trata una herida antigua y descuidada. El doctor sabe que tales heridas siempre son peligrosas y frecuentemente fatales. Quizás, el peligro de este deseo pecaminoso puede ser visto mejor considerando la siguiente solemne pregunta: ¿Cómo puede una persona estar segura de que su deseo pecaminoso firmemente establecido, no es en realidad el dominio del pecado, y que nunca ha sido realmente nacida de nuevo? Un deseo pecaminoso al cual se le ha permitido continuar quieto y cómodo es como el óxido en el metal; solo puede ser removido con gran dificultad. El deseo pecaminoso nunca muere por sí mismo; entonces, si no es mortificado diariamente simplemente se fortalecerá.
  2. Un corazón que quiere la paz sin una lucha. Este es otro peligroso síntoma del poder de un deseo pecaminoso para corromper el corazón de un creyente. En este caso, ha capturado el corazón hasta tal punto que el corazón no quiere destruirlo pero quiere disfrutar la paz. Este síntoma puede ser reconocido en diferentes formas, pero vamos a limitamos a mencionar dos ejemplos:
    • a. Primero, un creyente es trastornado en su mente por un deseo pecaminoso. Su conciencia es inquietada y se siente infeliz. En vez de tomar la decisión de mortificar este deseo pecaminoso, el creyente busca en el corazón por otras evidencias que indiquen que es un cristiano verdadero. El hace esto con la esperanza de tener paz en su corazón por saber que es un cristiano, a pesar de que rehúsa mortificar este deseo pecaminoso. Cuando un síntoma como este está presente en un creyente, ese creyente está en una condición espiritual peligrosa. Fue una condición espiritual como esta lo que resultó en la ruina de muchos judíos en los tiempos de Jesús. Bajo la predicación de Jesús, las conciencias de muchos judíos fueron inquietadas, pero en vez de reconocer y mortificar sus deseos pecaminosos, se aferraron a su posición como “hijos de Abraham”, y pensaron que debido a esto serían aceptados por Dios (Juan 8.31-41). Este es un síntoma peligroso de un corazón enamorado del pecado, un corazón que subestima el disfrute de la paz con Dios y las expresiones del amor divino. ¡Cuán corrupto es el corazón cuando muestra claramente que estará contento de permanecer como un creyente sin fruto, a condición de que pueda tener esperanza de escapar de la “ira venidera”! ¡Cuán trágico es cuando un creyente puede estar contento de vivir a una distancia de Dios, a condición de que no sufra una separación final! ¿Qué debemos esperar de un corazón como este?
    • b. Segundo, igual como en el primer ejemplo, tenemos un creyente inquieto en su mente por un deseo pecaminoso. Su conciencia está trastornada y se siente infeliz. En este caso, en vez de tomar la decisión de mortificar su deseo pecaminoso, el creyente busca remover la angustia de su alma, apelando a la Gracia y a la misericordia divinas. Esto es como si el creyente pidiera (igual como Naamán adorando en el templo de Rimón) “en todas las demás cosa andaré con Dios, pero en esta cosa, Jehová perdone en esto a tu siervo” (2 Reyes 5.18). Tal conducta es totalmente inconsistente con la sinceridad cristiana, y normalmente es una evidencia fuerte de que la persona que se comporta así, es un hipócrita. Sin embargo, no hay duda de que algunos de los verdaderos hijos de Dios pueden ser atrapados por este engaño pecaminoso. Siempre cuando el corazón de un “creyente” gusta secretamente algún pecado, de tal forma que el creyente está dispuesto a aliviar su angustia en alguna forma que no sea la mortificación y el perdón por la sangre de Cristo, entonces las llagas de ese hombre están “pudriéndose y corrompiéndose”. A menos que haya un remedio urgente, ese hombre está muy cerca de la muerte espiritual.
  3. Un deseo pecaminoso que tiene éxito frecuentemente. Cuando un deseo pecaminoso tiene éxito frecuentemente en obtener el consentimiento de la voluntad para hacer lo que quiere, este es otro síntoma peligroso. Este síntoma necesita una explicación más amplia. Cuando un deseo pecaminoso específico obtiene el consentimiento de la voluntad con algún placer, entonces, aunque un acto externo de pecado no sea cometido, el deseo pecaminoso ha tenido éxito. Hay muchas cosas que pueden impedir que la persona realice un acto externo de pecado; pero mientras que la persona esté dispuesta a pecar si no hubiera nada que lo impidiera, entonces el deseo pecaminoso ha ganado el consentimiento de la voluntad. No hay duda alguna de que los deseos pecaminosos tienen éxito ocasional en los mejores creyentes. Sin embargo, cuando tienen éxito frecuentemente, esto es otro sı́ntoma de una condición espiritual peligrosa. [Una razón por la cual un deseo pecaminoso puede tener éxito frecuentemente, aún en un creyente verdadero, es debido a que le toma por sorpresa. Ningún creyente debería pensar que esto minimice el peligro de su condición espiritual. El creyente no debería ser tomado por sorpresa, porque esto pudiera evitarse llevando a cabo el deber de velar y orar.]
  4. El uso de motivos legales para pelear contra el deseo pecaminoso. Cuando el único motivo de mortificar el pecado es el temor de las consecuencias, este es un síntoma muy peligroso de una condición espiritual no saludable. Existen motivos cristianos correctos para mortificar el pecado. Por ejemplo, José razonó: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios?” (Génesis 39.9). Fue el amor por un Dios de Gracia y bondad lo que motivó a José. En forma semejante el Apóstol razona: “el amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5.14). Cuando un hombre es motivado a oponerse al pecado simplemente por el temor de la vergüenza ante los hombres, o el castigo del infierno es una señal segura de que su corazón está lejos de tener una condición saludable. [El argumento principal que Pablo usa para mostrar que el pecado no tendrá el dominio sobre los creyentes es que “no están bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.14). Si usted pelea contra el pecado motivado solamente por los principios de la ley, entonces, ¿cuál seguridad tiene que el pecado no lo dominará y le causará la ruina? Si los deseos pecaminosos de una persona le han conducido a abandonar los remedios evangélicos contra él, entonces no hay esperanza alguna de que los remedios basados en la ley tendrán algún éxito.]
  5. Cuando Dios usa un deseo pecaminoso para disciplinar. Aunque Dios a veces usa un fuerte deseo pecaminoso no mortificado para disciplinar a un creyente, esta puede ser también la forma en que Dios trata con un incrédulo. Por lo tanto, cuando un creyente tiene motivos para creer que Dios le está disciplinando en esta manera, entonces debe juzgar este síntoma como serio y peligroso. No debería descansar hasta que haya tratado con la causa de su disciplina. Esto sugiere la pregunta: ¿Cuándo puede un creyente saber si un fuerte deseo pecaminoso en su vida está siendo usado por Dios para disciplinario? La respuesta es: Examine su corazón y sus caminos. ¿Cuál era el estado y la condición de su corazón antes de que se enredara con el deseo pecaminoso que le está inquietando ahora? ¿Estaba descuidando sus deberes cristianos? ¿Estaba viviendo con mucha preocupación por su propio bienestar y muy poca por los demás? ¿Estaba viviendo bajo la culpa de algún pecado grave del cual no se había arrepentido? ¿Había recibido alguna misericordia especial, protección o alivio sin haber aprovechado el beneficio como debiera, o sin estar agradecido? ¿Había sido ejercitado por alguna aflicción pero sin haber averiguado el propósito divino en ella? ¿Acaso le había dado Dios, en su providencia, algunas oportunidades para glorificarlo pero usted no las aprovechó? Estas son algunas de las preguntas que usted debería hacerse. Si se siente convicto por alguna de ellas, arrepiéntase y busque el perdón de Dios.
  6. Cuando un deseo pecaminoso ha resistido los tratos especiales de Dios. Un ejemplo de esta condición es descrita en Isaías 57.17: “Por la iniquidad de su codicia me enojé, y le herí, escondí mi rostro y me indigné; y él siguió rebelde por el camino de su corazón”. Dios había tratado con el deseo pecaminoso de su codicia en dos formas diferentes, pero este pueblo estaba tan enamorado de su pecado que no le hicieron caso. Esta es una condición muy seria. Solamente la Gracia Soberana de Dios (tal como el siguiente versículo lo expresa “…pero lo sanaré”) puede tratar con una condición de esta índole. En una forma semejante, Dios trata con los distintos deseos pecaminosos de su pueblo en todas las edades. Dios hace esto especialmente a través de Su Palabra, por el poder convincente de su Espíritu (cuando la Palabra es leída o predicada [fielmente]). Cuando un deseo pecaminoso tiene control sobre un hombre, de tal modo que puede no hacer caso de este poder convincente y continúa sin haber mortificado su pecado, entonces, está en una condición peligrosa. Estos síntomas y otros que no hemos mencionado, son evidencias de un deseo pecaminoso que es peligroso, si no es que mortal. Tales deseos pecaminosos no pueden ser mortificados en una manera ordinaria. Es necesario un remedio más poderoso.

Una palabra de advertencia

Aunque estos síntomas preocupantes que hemos mencionado pueden estar presentes en la vida de un creyente verdadero, ninguno que tiene estos síntomas tiene el derecho de “suponer” que es un creyente verdadero debido a la presencia de estos síntomas. Una persona pudiera concluir que es un creyente verdadero aunque fuera un adúltero, porque David, quien fue un creyente verdadero, también fue una vez adúltero. Solamente un necio se pondría a argumentar en la siguiente forma: “Un hombre sabio puede estar enfermo y herido, sí, y aún puede hacer algunas cosas tontas; por lo tanto, cada uno que está enfermo y herido y hace algunas cosas tontas, es un hombre sabio”. ¡No! Aquel que tiene tales síntomas pudiera concluir con seguridad: “Si soy un creyente verdadero, soy un creyente muy pobre y miserable”. Si tal persona es un creyente verdadero, no puede tener ninguna paz verdadera mientras que permanezca contenta con tal condición.

Segunda regla particular para practicar la Mortificación del Pecado

En el punto anterior tratamos con una regla preparatoria para el deber de la mortificación. Antes de que la mortificación pueda ser realizada, debe haber un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que se va a mortificar. ¿Ya ha hecho usted esto? Una vez que esto ha sido hecho, y solamente hasta entonces, estaremos listos para pasar a la segunda regla particular para la mortificación, que es la siguiente:

La culpa de su deseo pecaminoso.

Esfuércese para llenar su mente con una clara y constante conciencia de la culpa, el peligro y la maldad del deseo pecaminoso que le está afectando.

1. La culpa de su deseo pecaminoso

El creyente debe rehusar ser atrapado por los razonamientos engañosos de su deseo pecaminoso. Este siempre tratará de excusarse y de minimizar su propia culpa. El deseo pecaminoso siempre razonará en la siguiente manera: “Quizás esto sea malo, pero ¡hay cosas que son peores! Otros creyentes no han meramente pensado en estas cosas, sino que las han hecho, etcétera”.

En una infinidad de formas, el pecado tratará de desviar la mente de un entendimiento correcto de su culpa. Como el profeta nos dice: “Fornicación, y vino, y mosto quitan el juicio” (Oseas 4.11). En la misma manera en que estos deseos pecaminosos logran un pleno éxito quitando el juicio en los no creyentes, así también lograrán hasta cierto punto tener éxito en los creyentes.

En Proverbios encontramos una descripción triste de un joven que fue seducido por una prostituta. A este joven le faltó “entendimiento” (Proverbios 7.7). ¿Cuál fue exactamente “el entendimiento” que le faltó? La respuesta es que él no sabía que, cediendo ante su concupiscencia, esto le costaría la vida (Proverbios 7.23). El no consideró la culpa del pecado en que se estaba involucrando.

Si nosotros queremos mortificar el pecado, debemos percatarnos plenamente de que el pecado tratará de minimizar la conciencia de nuestra culpa. Entonces, debemos tratar de tener fijo en nuestra mente, un entendimiento correcto de la culpa de nuestro pecado. Hay dos cosas en que debemos pensar para ayudarnos en esto:

  • Primero, el pecado de un creyente es mucho más grave que el de un incrédulo. La Gracia de Dios que obra en el creyente debilitará el poder del pecado a fin de que ya no se enseñoree de él como lo hace en los inconversos (Romanos 6.14-16). No obstante, al mismo tiempo, la culpa del pecado que permanece en el creyente es más grave por el hecho de que el creyente ¡peca contra la Gracia! “¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él?” (Romanos 6.1-2) En este texto el énfasis cae sobre la palabra “nosotros”. ¿Cómo pecaremos “nosotros”? Sin lugar a dudas, somos más malvados que los demás si lo hacemos. Porque pecamos contra el amor de Dios y contra su misericordia. Pecamos a pesar de las promesas de ayuda para derrotar al pecado. Podría decirse mucho más, pero deje que esta consideración final sea impresa en su mente: Hay más maldad y culpa en los remanentes de pecado que permanecen en el corazón de los creyentes, de la que habría en la misma medida de pecado en un corazón sin la Gracia de Dios.
  • Segundo, piense acerca de cómo Dios ve su pecado. Dios ve, en el anhelo hacia la santidad, que la Gracia ha producido en el corazón, de cualquiera de sus siervos, más belleza y excelencia que la que ve en las obras más gloriosas realizadas por los hombres que están destituidos de la Su Gracia. Sí, y aún Dios ve más belleza y excelencia en estos anhelos internos, que la observada en sus actos externos. Esto es debido a que casi siempre hay una mayor mezcla de pecado en los actos externos, que en los deseos y anhelos internos de un corazón que ha sido regenerado. Por otra parte, Dios ve una gran medida de maldad en los deseos pecaminosos de un creyente. Dios ve más maldad en el deseo pecaminoso de un creyente, de la que ve en los actos abiertos y escandalosos de los hombres malvados. Aún ve más maldad en los deseos pecaminosos, que en los pecados externos en los cuales muchos de sus hijos caen. ¿Por qué es así? Esto es debido a que Dios ve que hay más oposición interna en los creyentes (del Espíritu Santo y la nueva naturaleza) en contra del pecado, y generalmente más humillación a causa del pecado. Este es el porqué Cristo trata con el enfriamiento espiritual en sus hijos, yendo a la raíz del problema y sacando a la luz su verdadero estado (Apocalipsis 3.15). Lector, usted debería dejar que estas y otras consideraciones similares, le guíen a una clara consciencia de la culpa de sus deseos pecaminosos internos. No subestime ni trate de excusar su culpa en esto, o sus deseos pecaminosos se fortalecerán y prevalecerán sin que usted se percate de ello.

2. El peligro de sus deseos pecaminosos

Hay muchos peligros que deben ser considerados, pero solamente señalaremos cuatro de ellos:

  1. El peligro de ser endurecido. Considere la advertencia hecha en Hebreos 3.12-13: “Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo: Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice hoy; porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado”. En estas palabras, el escritor exhorta solemnemente a sus lectores a que hagan todo lo posible para evitar el ser “endurecidos con el engaño del pecado”. El endurecimiento mencionado aquí, es la apostasía total, un endurecimiento que conduce a la persona a “apartarse del Dios vivo”. En un grado mayor o menor, cualquier deseo pecaminoso no mortificado tiende a producir este endurecimiento. Los lectores de estas palabras pudieran haber sido en un tiempo muy tiernos hacia Dios y frecuentemente afectados o movidos en sus corazones por Su Palabra. Pero ahora, lamentablemente, las cosas han cambiado y ahora usted puede pasar por alto los deberes de la oración, la lectura y el escuchar la Palabra de Dios sin preocuparse mucho. Oh lector, tenga cuidado si esta es la verdad acerca de usted. Esta condición puede empeorarse mucho. No es suficiente hacer que su corazón tiemble ante la posibilidad de endurecerse y tomar el pecado a la ligera. No es suficiente temblor ante el peligro de considerar ligeramente la Gracia y la misericordia divinas, la sangre preciosa de Cristo, la ley de Dios, el cielo y el infierno. Lector, tenga mucho cuidado, porque esto es exactamente lo que el pecado no mortificado hará en su vida si no es refrenado.
  2. El peligro de sufrir un gran castigo temporal. Aunque Dios jamás abandonará completamente a uno de sus hijos por fallar en la mortificación de sus pecados, puede disciplinarlos o castigarlos ocasionándoles mucho dolor y tristeza. “Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios; si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos; entonces visitaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades” (Salmo 89.30-32). Piense en David y en todas las aflicciones que experimentó porque falló en la mortificación de su deseo pecaminoso hacia Betsabé. ¿Acaso no le importa que su falla en mortificar todo pecado en su vida le pudiera traer dolorosos castigos, que podrían continuar con usted hasta la sepultura? Si usted no tiene ningún temor de sufrir algo así, entonces, usted tiene motivos para sospechar que su corazón ya haya sido endurecido.
  3. El peligro de perder la paz y la fortaleza de por vida. La paz con Dios y la fortaleza para andar con Él son esenciales para la vida espiritual del alma. Sin un disfrute de estas cosas en cierta medida, vivir es morir. Cuando una persona (un creyente) persiste en dejar sus deseos pecaminosos como no mortificados, tarde o temprano, será privado de estas dos bendiciones mencionadas. ¿Cuál paz o fortaleza puede disfrutar el alma cuando Dios dice: “Por la iniquidad de su codicia me indigné y lo golpeé. Escondí mi rostro y me indigné”? (Isaías 57.17). En otro texto Dios dice: “Andaré, y tornaré a mi lugar hasta que reconozcan su pecado, y busquen mi rostro”. (Oseas 5.15). Entonces, cuando Dios hace esto, ¿qué sucederá con su paz y su fortaleza? Lector, piense que quizás pudiera ser que dentro de muy poco tiempo ya no verá el rostro de Dios en paz. Quizás para mañana usted ya no será capaz de orar, leer o escuchar la Palabra, ni llevar a cabo ningún deber espiritual con alegría, vida y vigor espiritual. Quizás, Dios disparará sus saetas contra usted y le llenará con angustia, temor y perplejidad. Considere esto por un momento; aunque Dios no le destruirá totalmente, sin embargo, le puede poner en un estado en donde usted sienta que esto es lo que le ocurrirá. No deje de considerar este peligro, hasta que su alma tiemble dentro de sí.
  4. El peligro de la destrucción eterna. Hay una relación tan íntima entre la persistencia en el pecado y la destrucción eterna que, mientras que una persona permanezca bajo el poder del pecado, debemos advertirle acerca del peligro de la destrucción y la separación eterna de Dios. El hecho de que Dios ha determinado librar a algunos de que continúen en el pecado (para que sean salvos de la destrucción), no cambia el siguiente hecho: que Dios no librará de la destrucción a ninguno que continúe en el pecado. La regla de Dios es muy clara: “No os engañéis, Dios no puede ser burlado, que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción…” (Gálatas 6.7-8). Entre más claramente reconozcamos la realidad de que el pecado no mortificado nos conducirá a la destrucción eterna, más claramente veremos el peligro de permitir que cualquier pecado en nuestra vida quede sin ser mortificado. El deseo pecaminoso es un enemigo que nos destruirá, si nosotros no lo destruimos primero. Deje que esta realidad penetre profundamente en su alma. No se contente hasta que su alma tiemble ante la realidad de que un enemigo vive dentro de usted y le destruirá, a menos que usted lo destruya primero.

3. La maldad de su concupiscencia

El peligro de algo tiene que ver con una posibilidad futura, pero la maldad de ese algo tiene que ver con el presente. Hay muchas maldades relacionadas con el pecado no mortificado, pero nos fijaremos solamente en tres de ellas:

  1. El pecado no mortificado contrista al bendito Espíritu Santo de Dios. Uno de los grandes privilegios que los creyentes tienen es que el Espíritu Santo mora dentro de ellos. Debido a esto, los creyentes son especialmente exhortados, en Efesios 4.25-29, a abstenerse de una variedad de deseos pecaminosos y motivados a hacerlo por las siguientes palabras: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención”. (Efesios 4.30). De la misma manera en que una persona amable y tierna es entristecida por la falta de bondad de un amigo, así también el Espíritu Santo es contristado cuando un creyente permite que los deseos no mortificados vivan en su corazón. El Espíritu Santo ha escogido nuestros corazones como Su morada. Él ha venido a morar en nosotros, para hacer todo el bien que pudiéramos desear. El Espíritu Santo es contristado cuando un creyente comparte su corazón (el corazón que el Espíritu ha venido a poseer) con sus enemigos (es decir, con nuestros deseos pecaminosos). Estos son los mismos enemigos que Él ha venido a ayudamos a destruir. ¡Oh creyente, considere qué y quién es usted; considere quién es el Espíritu que es entristecido; considere qué es lo que Él ha hecho y lo que pretende hacer para usted. Avergüéncese de cada pecado no mortificado al que usted permite contaminar Su templo!
  2. El pecado no mortificado hiere nuevamente al Señor Jesús. Cuando un pecado permanece como no mortificado en el corazón de un creyente, entonces la nueva creación en Cristo en ese corazón es herida, su amor es frustrado y su enemigo complacido. Tal como el abandono total de Cristo (la apostasía) debida al engaño del pecado significa “crucificar de nuevo al Hijo de Dios y exponerlo al vituperio” (Hebreos 6.6), así también abrigar el pecado que el vino a destruir, le hiere y le contrista.
  3. El pecado no mortificado hace inútil al creyente. El pecado no mortificado normalmente produce una enfermedad espiritual en la vida de un creyente. Su testimonio casi nunca es usado ni bendecido por Dios. Muchos creyentes permiten que los deseos pecaminosos que destruyen el alma vivan en sus corazones. Estos, como los gusanos, comen las raíces de su obediencia, la corrompen y la debilitan día tras día. Todas las gracias espirituales, todos los medios por los cuales las gracias pueden ser ejercitadas y mejoradas, son impedidas por el pecado no mortificado. Dios mismo rehusará concederle a esta persona el éxito espiritual. Es decir, todos sus intentos para servir a Dios serán frustrados.

Conclusión

Nunca olvide la culpa, el peligro y la maldad del pecado. Piense mucho acerca de estas cosas. Permita que llenen su mente hasta que provoquen que su corazón tiemble.

Extracto de la obra del pastor puritano John Owen, publicada por primera vez en 1656 y titulada en inglés “On Mortification of Sin”. Traducción y notas realizadas por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery. El título en español es: “La Mortificación del Pecado”.