¿En qué consiste el hecho de ser Cristiano? ¿Cuáles son las señales espirituales que muestran palpablemente a nosotros mismos y a los demás que hemos nacido de Dios? ¿Cómo podemos asegurarnos de que poseemos verdadera vida espiritual? Estas preguntas son de suma importancia y cada persona debe examinarse a sí misma. Si deseamos gozar de la plenitud de la religión de Cristo, debemos conocernos a nosotros mismos; y Dios nos ha dado lo necesario para entender el estado de nuestro corazón. Él nos ha advertido acerca de no engañarnos con respecto a nuestro estado espiritual y de no confundir la naturaleza de la experiencia bíblica espiritual. El Espíritu Santo nos dice en la Biblia: “¡No os engañéis!”, “¡Que nadie os engañe!”, “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13.5).
Hay cosas que ni prueban ni niegan la existencia de la vida espiritual en una persona. Pero hay otras que demuestran la realidad de su vida espiritual y nos indican claramente que somos verdaderos cristianos. Es muy importante examinar las cosas que no demuestran la presencia de la vida espiritual. Por ello, las consideraremos en la primera parte de este libro, y después examinaremos las verdaderas pruebas de la existencia de la vida espiritual en una persona.
Primera Parte: Cosas que no demuestran que una persona tenga vida espiritual
1. Ser una persona honrada
La bondad de una persona no la hace, por esto solo, amiga de Dios. Hay en este mundo mucha gente religiosa que intenta ser buena. Cuando vemos a una persona moralmente honesta, la juzgamos digna de admiración porque hay tantas personas en este mundo que son deshonestas, flojas, infieles, viciosas, incrédulas, hostiles y ásperas que, cuando nos enfrentamos con alguien honesto, trabajador, fiel a su palabra, puntual, amistoso y amable, pensamos que nos encontramos, quizá, ante la mejor de las personas. Todo el mundo aprecia a esta clase de gente y, comúnmente, estas personas tienen también una opinión muy alta de sí mismos, pensando que son mejores que la gente que les rodea.
Hay miles de almas que piensan que entrarán al Cielo por ser honradas, honestas y buenas. Esto es muy triste porque constituye una prueba de que el corazón humano es tan sobremanera engañoso, como indiscutiblemente perverso. La soberbia que estas personas sienten al verse tan “buenas” les impide comprender cuál es el verdadero estado de sus corazones ante Dios. “Pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16.7).
No queremos decir con esto que los hombres inmorales sean dignos de alabanza. El carácter cristiano es incompatible con el vicio y la inmoralidad. Una religión verdadera se muestra en una vida y un corazón bueno, y una persona viciosa e inmoral no puede llamarse cristiana. Ahora bien, los buenos son dignos de alabanza, pues la merecen; pero la moralidad no puede confundirse con la verdadera vida espiritual. A veces, hombres alejados de Cristo son muy buenas personas. Pues un hombre que no cree en la Biblia puede, no obstante, ser una buena persona. Hay enemigos de la fe cristiana que pueden ser educados y hasta cierto punto, cumplidores de la Ley. Hay ateos que son personas honestas y honradas, aunque niegan la existencia palpable de Dios. Los antiguos filósofos griegos eran paganos, aún cuando algunos de sus escritos eran buenos y honestos. En países cristianos hay personas que, por su educación, ambiente, costumbres y aún por ambición, viven honradamente, aunque no creen en las Sagradas Escrituras y su bondad no les proporcione la vida espiritual.
La moralidad a la que nos estamos refiriendo no es suficiente, porque toca una sola parte de la ley de Dios. Una persona tan buena como esta es muy cuidadosa en el trato con sus semejantes, pero no cumple con los deberes que Dios exige por su carencia del concepto bíblico de Él y su falta de entendimiento verdadero hacia Él. Sin conocer a Dios, no lo sirve y no lo ama de verdad. Se afana para sí y actúa en favor de sus semejantes, pero no se fija en Dios, ni en sus demandas, ni en las de Su santa ley. Es honrado en todos los trabajos que hace, excepto en la obra de Dios. Para Dios tal persona es desagradecida e infiel. Cuando habla de Él, solo tiene reproches o expresiones despectivos. Ni siquiera se pone a pensar en su dependencia de Dios, y así, su bondad natural no tiene conexión alguna con el cumplimiento de sus deberes espirituales respecto a Él. No lee la Biblia, no reconoce la autoridad de Dios, no le rinde el culto debido. Vive y muere como si Dios y Su ley no existieran.
La Biblia nos habla de una persona así que se acercó a Jesús en Mateo 19.16-22: “Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. No era deshonesto, mentiroso, violento, ni impuro y se había comportado honradamente. Había observado en parte la ley de Dios “desde su juventud”, y esto no era todo; quería saber qué le faltaba por cumplir. “¿Qué más me falta?”, preguntó. Pero cuando aquel joven tan bueno y tan honrado se vio ante la prueba que se le exigía, no quiso negarse a sí mismo y a su codicia para seguir a Cristo.
Así, pues, la moralidad es solo una parte de la ley de Dios. Digámoslo con mayor exactitud: la moralidad del hombre desatiende el espíritu de la ley de Dios. La substancia y el alma de la obediencia a la ley divina es amar a Dios sobre todas las cosas. Pero la gente que hemos descrito, aún teniendo algún conocimiento de Dios, ama todo lo demás más que a Dios. No tienen gusto alguno en la excelencia de Dios, ni en su santidad y justicia. No se regocijan al ver que Dios es todopoderoso y que tiene en sus manos las riendas del universo y el juicio de este mundo. Si llegan a pensar en la santidad, justicia y soberanía de Dios, se sienten incómodos y alarmados, en vez de sentir paz, seguridad, humildad, tranquilidad y placer divino. Por consiguiente, esta clase de personas no aman a Dios y su justicia, ni tampoco guardan Su ley, y aunque parezcan intachables, fallan en la obediencia a Dios debido a su falta de amor.
Las señales de la vida espiritual no se encuentran en gente como esta. El arrepentimiento, la fe, la humildad, la sumisión, la esperanza y el gozo solo se encuentran presentes en el alma que ama a Dios. Existe una gran diferencia entre la moralidad y la espiritualidad cristiana. La vida espiritual nace de un amor santo y por motivos santos. Un cristiano se fija antes que nada en la gloria de Dios y en lo que atañe a Su reino. Esto regula sus relaciones con los demás hombres, y esto es lo que Dios exige. En cambio, una conducta meramente moral que nace de un egoísmo refinado es motivada por la propia justicia o el orgullo de sentirse mejor que los demás. Estas personas no se preocupan de la gloria de Dios, ni de los intereses de Su reino, porque tales valores no aportan ningún beneficio a su orgullo personal.
Podemos incluso decir que un hombre puede ser un dechado de moralidad, aún teniendo su corazón vacío del amor de Dios, de Su gloria y de Su justicia. Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra Mí es” (Mateo 12.30). Los dirigentes religiosos judíos del tiempo de Jesús, a la misma vez que eran altamente respetados por la rectitud moral de su carácter, eran acerbos enemigos de Cristo. Eran justos en su propia estimación, aún odiando a Dios y Su justicia. Y, en la actualidad, por muy grandes que nos parezcan estas personas tan honradas, con todo, siguen siendo enemigos de Dios.
No se puede ser neutral en esta materia; puesto que no aman a Dios, son sus enemigos. Cuando un alma naturalmente honesta adquiere conciencia de lo que es Dios, se da cuenta de que todo lo que hay en el mundo tiende a glorificar a Él. Se da cuenta que el orgullo del hombre moral le eleva a él mismo y desprecia a Dios, Su justicia y Su gloria. Entonces se da cuenta que el buscar la propia estimación y la propia justicia, equivalen a odiar la gloria de Dios y amar su propia gloria.
No hay verdadera santidad en una moralidad humana, aunque hay algo digno de alabanza en esta clase de personas. Sin embargo, ante los ojos de Dios no hay en ellas verdadera rectitud, y un individuo así está muy lejos del nivel de rectitud que Dios exige y estima. El verdadero valor de las obras humanas depende del estado en que se encuentra el corazón humano y la rectitud de sus motivos. Alguien puede ser un hombre honrado, pero si su corazón no es recto delante de Dios, aunque él crea que marcha hacia el Cielo, está en el camino que lleva al infierno.
Una mera moralidad no se fija en el corazón ni lo podría renovar si lo tocara. Equivale a cortar unas pocas hojas del árbol del mal, sin extirpar jamás sus raíces. Es como una puerca lavada, pero que todavía tiene el corazón de un cerdo. Un hombre naturalmente honrado quizá no cometa grandes maldades, pero nunca se eleva hasta una santidad pura. Es como un cuadro hermoso para ser visto, pero frío y sin vida, como el lienzo sobre el que está pintado. Es como la luciérnaga que se ilumina con su propia luz baja y terrenal sin mirar al sol que da luz y calor al mundo entero.
Por muy honesto que un hombre pueda parecer, está muy lejos de la verdadera santidad. La moralidad no es un sustituto de la verdadera justicia, porque los hombres no han sido creados solo para habitar este mundo y ser vistos de sus compañeros, sino para vivir más allá de la muerte, y todos habrán de presentarse ante el juicio final de Dios. En aquel día en que las almas de los hombres sean juzgadas por Dios, ¿servirá de algo el haber sido honrado? ¿No nos convence claramente la Palabra de Dios que esta moralidad falsa no cuenta ante Él y que no librará a nadie de Su ira y de Su castigo?
2. Conocer bien la Biblia
Un buen conocimiento de las enseñanzas de la Biblia no equivale a poseer la verdadera religión. Por otra parte, también es cierto que un hombre que no sabe nada de la Sagrada Escritura no puede pensar que es un verdadero cristiano. No puede haber vida espiritual en dónde no hay suficiente instrucción bíblica. A Dios no se le puede amar sin conocerle; tampoco se puede aborrecer el pecado cuando no se le reconoce como a tal. No pueden cumplirse las obligaciones debidamente cuando los hombres no entienden por qué deben obrar así. La vida espiritual surge del conocimiento de la verdad de Dios; crece y se desarrolla mediante el conocimiento de la misma verdad de la Escritura.
Sin embargo, aunque no puede existir conocimiento espiritual en dónde no hay formación intelectual, puede darse el caso de poseer gran instrucción intelectual sin poseer un verdadero conocimiento espiritual. La instrucción intelectual tiene su base en la mente, mientras que el conocimiento espiritual tiene su base en el corazón. Es obvio que el acto mental de estar de acuerdo en que un determinado hecho es verdadero, no posee cualidad moral alguna. Cuando vemos que la evidencia en favor de una doctrina religiosa es clara y convincente, podemos estar de acuerdo con ella, pero al mismo tiempo existe la posibilidad de que aborrezcamos tal doctrina.
El conocimiento intelectual no puede producir por sí mismo la vida espiritual. Ni la razón, ni la conciencia, ni los hechos del Evangelio tienen poder por sí mismos para producir la santidad. Los enemigos de Dios pueden recibir una instrucción perfectamente cristiana, pero aunque sus cabezas se vuelvan mejores, sus corazones pueden volverse peores. Es posible que cuanto más van entendiendo, más vayan aborreciendo, y que cuanto más aprendan, más rebeldes se hagan. Por tanto, es posible que el entendimiento aprenda la verdad mientras que el corazón no sea todavía santo.
Hasta ahora hemos empleado argumentos dictados por la lógica; podemos ahora confirmar estos argumentos con ejemplos sacados de la vida diaria. Por ejemplo, vemos a muchas personas malvadas que saben algo de teología y sus opiniones están frecuentemente de acuerdo con algunos puntos de la doctrina cristiana y que, sin embargo, no viven como verdaderos cristianos. Jesús dijo a los judíos que no creían en Él, que aunque sus vidas eran exteriormente honestas, le odiaban a Él tanto como a su Padre: “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre” (Juan 15.24) El Apóstol Pablo nos dice de algunos que conocían a Dios pero que no le glorificaron como a Dios. “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1.21). Asimismo censuró a los dirigentes religiosos judíos de su tiempo llamados fariseos: “He aquí, tu tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorias en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad” (Romanos 2.17-20). El Señor les llamó “¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mateo 23.33)
¿Y qué dice Santiago acerca de los más perversos seres del infierno? “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2.19). En un tiempo Satanás fue un ángel de luz. Nadie investiga los planes de Dios con más cuidado que Satanás. Aunque es el padre de la mentira, conoce muy bien la Biblia. Estos habitantes del infierno están de acuerdo con todos los conocimientos religiosos que poseemos los cristianos. ¿Y por qué no? Los hombres malos poseen, igual que los buenos, las facultades mentales de percepción, razonamiento y conciencia, y son capaces de usar estas facultades para reflexionar en lo moral o espiritual, así como en lo natural. Por supuesto, la belleza y la enseñanza verdadera del Evangelio no es percibida por el hombre natural, porque se trata de una convicción que surge del Espíritu, no del simple intelecto. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios…” (1 Corintios 2.14). Conocer la verdad no es lo mismo que entenderla.
Hubo un famoso filósofo francés llamado Voltaire. Era ateo, y aún así, él mismo dijo que conocía la Biblia mejor que ningún otro en su país. Aseguró que la había aprendido con el fin de poder escribir contra ella con más éxito.
A cada paso nos podemos encontrar con personas capaces de hablar largamente sobre las enseñanzas del Cristianismo, pero lamentablemente, son ajenos de la religión verdadera del corazón, y no muestran amor cristiano en sus vidas. Por lo tanto, el saber las verdades cristianas intelectualmente no es suficiente para ser un verdadero cristiano. ¡Cuántas personas se han ido al infierno, llenas de conocimientos acerca del Cielo!
3. Ceremonias religiosas
El que una persona vaya a la iglesia con frecuencia no equivale a que tal persona sea un verdadero cristiano. La religión que la Biblia enseña tiene dos partes, como un cuerpo con alma: una apariencia y una realidad; una forma y un poder. El cuerpo, la apariencia y la forma son muy diferentes del alma, de la realidad y del poder. Es obvio que el poder de la religión no puede existir sin una forma exterior, pero la forma puede estar allí sin el poder.
La Biblia habla de personas que aparentan ser piadosas, pero que no tienen poder piadoso en sus vidas, “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita” (2 Timoteo 3.5). Jesús contó lo que pasó en una boda. Había diez doncellas en el acompañamiento; cinco eran prudentes y las otras cinco eran insensatas. Todas ellas estaban esperando la llegada del novio, y todas llevaban consigo sus lámparas de aceite. De repente, llegó el novio, y todas las doncellas se dispusieron a encender sus lámparas de aceite para la ceremonia que estaba a punto de comenzar. Pero, ¡ay!, las cinco doncellas insensatas no tenían aceite en sus lámparas. Sus lámparas tenían tan buena apariencia como las de las otras, pero no servían para nada. Estas doncellas tenían la forma de la religión, pero no tenían el poder de la religión. Mientras se encontraban lejos de la fiesta nupcial buscando aceite para sus lámparas, la puerta se cerró dejándolas afuera.
La Biblia nos asegura que las personas que parecen ser religiosas, pero no poseen la vida espiritual en sus corazones, serán un día excluidas del reino de los Cielos, como aquellas doncellas fueron excluidas de las bodas.
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco.” (Mateo 25.1-12)
Leemos en el Antiguo Testamento que hubo un tiempo en que la gran masa del pueblo judío poseía solamente la forma de la religión. Dios dice de ellos: “…me buscan cada día, y quieren saber mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia, y que no hubiese dejado la ley de su Dios” (Isaías 58.2). Incluso, estaban realizando cuantas prácticas religiosas creían posibles. Preguntaban a Dios: “¿Por qué… ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores” (Isaías 58.3). Y aún Dios los condenó como hipócritas.
En el Nuevo Testamento, vemos a los dirigentes religiosos de los judíos en el tiempo en que Jesús vivía en la tierra. Eran llamados fariseos (que quiere decir “puro”). Aparentaban ser hombres muy rectos, pero sus corazones eran perversos y llenos de hipocresía. Los hombres son los mismos en nuestros días. Hay en la actualidad mucha gente que cumple todos sus deberes religiosos, que lee la Biblia, que reza sus oraciones en privado y en público, personas que dicen ser cristianos, que bautizan a sus hijos, que se acercan a la Mesa del Señor. Y, sin embargo, no tienen vida espiritual en sus corazones; al contrario, son profanos y aún perversos.
Solo la Gracia de Dios puede cambiar el corazón de una persona e iluminar su mente.
La gente tiene diversos motivos para comportarse religiosamente.
- Muchos son así porque les han enseñado a observar estas prácticas religiosas. Les han educado religiosamente, y las ceremonias religiosas son parte de su vida, lo mismo que los ídolos de madera y de piedra son familiares para un idólatra.
- Muchos van a la iglesia para seguir la corriente.
- Hay quienes van para que otros los tengan por buenas personas.
- Hay otros que son religiosos exteriormente a causa de falsas enseñanzas. Siempre ha habido personas que habiendo sido engañadas tienen éxito en engañar a otros. Algunas personas siempre están dispuestas a creer en falsos maestros que enseñan una forma distinta de religión. Muchas iglesias que se llaman cristianas dicen que basta con asistir a las ceremonias exteriores e ignoran el estado del corazón humano.
- Hay personas cuya conciencia les impulsa a ser religiosas. Cuando una persona está preocupada por actuar bien, se da cuenta de que tiene que cumplir sus deberes religiosos.
- Hay otras que son religiosas porque tienen miedo.
- Otros, porque les gustan las ceremonias. Se imaginan que lo que a ellos les gusta debe ser bueno. Así que confunden las cosas, tomando el error por verdad y pensando que la verdadera religión consiste solo en ceremonias.
Todas las razones dichas anteriormente muestran cómo hay personas que aparentan ser cristianas, aunque sus corazones estén vacíos de vida espiritual. Resulta fácil mantener el exterior limpio y digno, pero es un engaño actuar de esta manera, porque a Dios no se le puede engañar con estas trampas. Los sacrificios que se imponen no tienen ningún valor.
¡Basta ya de falsas ofrendas! Sus corazones perversos impiden que Dios los acepte. ¡Tengan cuidado, no sea que la falsa seguridad que sostienen con respecto a su salvación los muerda al final como una serpiente después de haberles engañado durante toda la vida!
4. Los dones para hablar en público
La facilidad natural para pronunciar un sermón no demuestra por sí misma que una persona posee vida espiritual. Hay personas tímidas, incapaces de hablar en público, que poseen una vida espiritual intensa. En cambio, otras personas que tienen facilidad de palabra y que hasta predican en público con provecho de los que escuchan, pueden engañar a otros cuando hablan de materias espirituales.
La elocuencia y la vida espiritual son dos cosas completamente distintas. El don de orar es una cosa, y la gracia de orar es otra. Se puede mantener una conversación religiosa sin que el corazón viva espiritualmente.
Balam y Saúl, en el Antiguo Testamento, fueron profetas en alguna ocasión, o sea, supuestos portavoces de Dios, pero los dos eran enemigos de Dios. En el Nuevo Testamento, tenemos a Judas que era predicador del Evangelio, pero que fue también un traidor condenado. En el fin del mundo, cuando Jesús regrese, muchas personas le dirán cuánto han predicado y trabajado, pero nuestro Rey Celestial responderá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7.23).
Muchos que profesan ser cristianos están capacitados para predicar conmovedoramente y ser de algún provecho a la Iglesia de Dios, pero si no tienen vida espiritual en sus corazones, serán arrojados al infierno. Un hombre puede hablar de su religión como si estuviese enamorado de ella, mientras su corazón no la conoce, y quizá esté muerto. Es triste, pero posible, que un hombre sea capaz de predicar como un Apóstol y de orar como un ángel, y, sin embargo, tener un corazón de demonio.
5. Saberse pecador
El convencerse de ser pecador no es una señal segura de poseer la vida espiritual. Sin embargo, un cristiano verdadero debe estar convencido de su condición pecaminosa. Quien no se da cuenta de que su corazón es malvado, de que merece la condenación, y de que su condición es tan mala que no puede librarse o salvarse, no puede ser cristiano. Por otra parte, muchas personas se dan cuenta de que son malvados de corazón, pero no se arrepienten de su maldad.
Quienes escuchan la predicación del Evangelio, son frecuentemente obligados a pensar en su estado espiritual y a darse cuenta de que la mundanalidad que los domina los torna enemigos de Dios: “…los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8.7). La ley del Señor es tan santa, y está tan puesta en razón, que hace a los hombres conscientes de su culpabilidad al pecar contra ella, conscientes de la falta de rectitud que hay en sus corazones, y de que su vida entera ha estado en constante y directa oposición a la ley de Dios. El pensar que han cometido algún pecado de especial malicia, o que se han pasado toda la vida pecando, les llena de descontento, hasta llegar a sentirse miserables en extremo. Quizá se sienten desdichados, separados del agrado de Dios, condenados, desesperados, y a punto de hundirse en el infierno. Tales personas pueden imaginarse el castigo que se merecen, sintiéndose bajo el juicio de Dios.
Hay personas que se encuentran en este estado de ánimo, que con frecuencia llegan a confesar humildemente sus pecados, que llegan incluso a cambiar de vida y a reformarse. El miedo al castigo les induce a detener la marcha de su vida pecaminosa. Sin embargo, es muy posible que este cambio de conducta no signifique el comienzo de una verdadera vida espiritual.
Una persona puede darse cuenta de que es un pecador, sin que jamás se arrepienta debidamente de su pecado. La conciencia de pecado y el arrepentimiento del pecado son dos cosas muy distintas. Hemos visto vivir y morir a hombres que sabían que eran pecadores, pero que no regresaron a Dios con humilde arrepentimiento.
No hay duda de que, cuando un hombre culpable se encuentra delante del juez, se da cuenta de su culpabilidad, como les pasa también a los condenados del infierno. En la Biblia se nos dice que, cuando el Señor Jesucristo venga de nuevo a este mundo por los suyos para juzgar a los hombres, convencerá a todos los pecadores de que son unos malvados. Así pues, la convicción de pecado no puede ser una señal evidente de la presencia de vida espiritual. ¡Puede ser solamente la confirmación de una vida perversa!
Es igualmente cierto que el miedo a los castigos venideros no produce por sí mismo vida espiritual. No hay todavía santidad alguna en el temor al infierno. Félix, el gobernador de Palestina, comenzó a temblar cuando Pablo le predicaba el Evangelio. Sin embargo, continuó siendo un idólatra: “Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré” (Hechos 24.25). Los demonios continúan siendo demonios, a pesar de estar temblando ante Dios: “Tu crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2.19). De la misma manera, un hombre puede darse cuenta de su condición pecaminosa y, de todos modos, continuar pecando. Es como el caso aquél que Jesús contó del hombre que no pudo encontrar excusa cuando se le advirtió que no llevaba puesto el traje de etiqueta para las bodas (Mateo 22.11).
En el último día, el mundo entero se sentirá culpable delante de Dios. Todos aquellos que habrán de sufrir el castigo eterno dirán que su condenación es justa, porque tendrán conciencia de su pecado, pero el saber que son pecadores no los salvará. El confesar los pecados no es prueba segura de la vida espiritual. Es bueno confesar los pecados cuando esta confesión sale del corazón, pero con frecuencia, el motivo de tales confesiones es el miedo. Saúl confesó: “He aquí yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera” (1 Samuel 26.21).
Los marineros sorprendidos por una tormenta y la gente que se encuentra en un grave problema están listos para confesar todos los pecados de su vida y prometen corregirse; pero tan pronto como se normalizan las cosas y vuelven a encontrarse en calma, se olvidan de sus promesas y se vuelven diez veces peores que antes.
Los hombres pueden dejar de hacer algún tipo de pecados, sin abandonar por eso el afecto al pecado; pueden rehuir a los pecados notorios, mientras que continúan pecando en secreto; pueden evitar ciertos pecados que hacen daño a sus semejantes, para seguir pecando en privado; dejar de pecar de una manera para comenzar a pecar de otra. Exteriormente, quizás, parezcan irreprochables, pero siguen siendo pecadores en su interior. Un pecador puede refrenar o suprimir sus malos hábitos, sin que su interior cambie en absoluto y quede santificado. Por tanto, la convicción de pecado no es prueba de que un hombre posee vida espiritual. Si se mira de cerca a un pecador, será manifiesto que aún cuando esté convencido de su pecado, no se ve en él santidad genuina, ni evidencia alguna de vida espiritual cristiana.
Si alguien no ha sido jamás convencido de su pecado, no puede ser cristiano y sigue todavía bajo el poder de Satanás. Pero el estar convencido del pecado no equivale a ser salvo de pecado. La conciencia de pecado no hace a un hombre más amigo de Dios. Los esfuerzos por mejorar nuestra conducta no nos hacen hijos de Dios. Porque la conciencia puede ser sacudida, sin que el corazón sea renovado. Por consiguiente, es muy peligroso contentarse con una convicción de pecado como sustituto de una salvación espiritual verdadera.
6. Un sentimiento de confianza
El sentir una fuerte confianza de ser cristiano no significa que alguien posee, en definitiva, una vida espiritual verdadera. Si el estar completamente seguros de que somos cristianos significara que lo somos, no habría necesidad de ser advertidos acerca del peligro de ser engañados por una falsa esperanza (que puede ser una presunción, pero no una garantía). La Biblia nos advierte en contra de la falsa confianza.
Una persona que encuentra dentro de sí al Espíritu de Jesús puede estar segura de poseer vida espiritual y de ser verdadero hijo de Dios. Pero, es posible tener una falsa confianza de que hemos sido aceptados por Dios, y por ello, podemos engañarnos a nosotros mismos. Hay quienes están seguros de que son salvos porque piensan que no merecen ser condenados. Llegan a imaginar que Dios es demasiado bondadoso como para enviarlos al infierno. Otros creen que van a salvarse porque no han hecho jamás ningún daño a nadie, y hay quienes piensan que son salvos porque han hecho mucho bien al prójimo. Algunos tienen dicha seguridad pensando que poseen el espíritu de una piedad auténtica, mientras otros esperan salvarse por el simple hecho de que piensan que se van a salvar. Este razonamiento es una desilusión para muchos de ellos quienes no son cristianos verdaderos.
Puesto que no hay ningún hombre salvado sino por la Gracia de Jesucristo, entonces todos merecen la condenación de Dios. Nadie puede justificarse ante Dios mediante el cumplimiento de la ley divina. Ni puede objetarse que Dios es demasiado bueno como para condenar a quienes merecen condenación. Es cierto que Dios salva a miles de personas que merecen el infierno, pero también dice la Biblia: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2.3). Para las personas que piensan no haber hecho ningún daño, o haber hecho mucho bien, la Biblia declara que todos los hombres son lo bastante perversos como para haber obligado la muerte del Hijo de Dios para su salvación.
Es necesario que el Espíritu Santo cambie radicalmente el carácter de las personas para que puedan entrar en el reino de los Cielos. Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). Muchos hombres creen que son justos, sin que en realidad lo sean. Más aún, pueden ser malos, aunque ellos se crean buenos. Hay un tipo de amor humano, como lo hay de arrepentimiento, de fe, de esperanza, de gozo y de autonegación, que carece de un carácter auténticamente espiritual.
Los sentimientos religiosos de muchas personas están basados en el egoísmo. Desean amar y servir a Dios tanto como ellos piensan que Dios está dispuesto a amarlos y servirlos, lo que equivale a hacer de Dios un servidor de sus pecados. “No compraste para mí caña aromática por dinero, ni me saciaste con la grosura de tus sacrificios, sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades” (Isaías 43.24). La religión de tales personas consiste en estar muy atentos a sus propias conveniencias sin preocuparse del honor y de la gloria de Dios.
Cuesta poco decir: “Estoy perdonado por la Gracia de Dios; Cristo es mío con todas sus bendiciones; Dios me ama y Cristo murió por mí; no hay duda de que el Espíritu Santo me irá santificando”. A una persona religiosa y entusiasta le resulta fácil descubrir estas verdades, pero al diablo le gusta engañar a esta clase de personas haciéndoles pensar de esta manera. Estas personas tienen un tipo peculiar de religión, mezcla de alegrías y pesares, de celo y de devoción, que un corazón espiritualmente muerto confunde fácilmente con la auténtica piedad.
Supongamos que una persona cree firmemente que se va a salvar, y que el Espíritu de Dios le está ayudando a conseguir la salvación, ¿estará en lo cierto? ¡No! La Fe de que nos habla el Evangelio no consiste precisamente en creer que nos vamos a salvar. Hay una diferencia muy notable entre creer en Jesucristo y creer que de alguna manera nos vamos a salvar, como la hay entre haber sido realmente salvados y estar persuadidos de que somos salvos. Hay quienes están completamente seguros de que son salvos y, sin embargo, se están engañando a sí mismos. Una persona sin vida espiritual puede tener mucha esperanza, pero, ¿de qué le servirá a ese hipócrita tal seguridad cuando le llegue la muerte?
7. El recuerdo de una experiencia pasada
El hecho de que una persona pueda recordar la fecha en que piensa que se realizó su conversión, no es prueba segura de que posee vida espiritual. No hay duda de que muchas personas son capaces de recordar exactamente la fecha en que se convirtieron al Señor. Fue un día feliz. El creyente se regocija al ser consciente de la revelación que Dios le hace de Su amor. La luz de Dios penetra en el corazón de tal persona y su alma se llena de la gloria del Señor. Pero hay muchos verdaderos hijos de Dios que no saben a ciencia cierta cuándo se convirtieron. Muchos cristianos auténticos no se dan cuenta del cambio especial en su naturaleza hasta después de un tiempo en que la verdadera Gracia del Espíritu ha estado obrando en sus vidas. Cuando el Espíritu Santo está cambiando la naturaleza de una persona, no siempre se le revela de inmediato. A veces el alma que percibe el cambio que se realiza en su interior, tarda algún tiempo en adquirir un conocimiento claro de lo que le ha sucedido.
No podemos afirmar que una persona no es cristiana por el hecho de que no pueda decirnos cuándo se convirtió, pero tampoco es prueba de que sea cristiana el hecho de que pueda decirnos cuando se convirtió, porque es posible que la suya no haya sido una verdadera conversión espiritual. El tiempo y la manera de la conversión nunca pueden decidir si la conversión es verdadera o no.
Lo más que pueden decir la mayoría de los cristianos es: “Yo no puedo explicar cómo se realizó en mi vida y en mi naturaleza este cambio; solo sé que ahora me doy cuenta que ha tenido lugar un cambio y que antes yo era ciego espiritualmente, y ahora puedo ver”.
Esto no quiere decir que un cambio del corazón no tenga efectos visibles. Tal cambio ha de producir en la vida de una persona efectos que no pueden quedar ocultos y todo el mundo los va a notar. Sin embargo, el darse cuenta del momento y el lugar de la conversión no forma parte de la salvación ni es una prueba infalible que la demuestre. También, en el plano de los sentimientos religiosos, se cumple aquello de que “el árbol se conoce por los frutos”, no por la fecha en que se plantó.
Conclusión
Ahora lector, examínese para ver si posee verdadera vida espiritual. Hay una esperanza que se desvanecerá el día de su muerte. Quizá usted hace profesión de ser cristiano, pero, ¿ha sido transformado por el Espíritu Santo? ¿Está intentando ser un cristiano verdadero? ¿Está empeñado en una batalla espiritual de resultado incierto? ¿Es usted casi, mas no del todo, cristiano?
Asegúrese de que su esperanza es una esperanza espiritual. El llevar el nombre de cristiano no basta, porque cuando llegue la hora de la muerte, su nombre no le va a salvar. ¡Ay, cuántas personas viven flotando como una lancha, sin darse cuenta de que están destinadas a hundirse! Es preciso que sea sincero consigo mismo en esta materia.
En la segunda parte de este libro, intentaré ofrecerle unos cuantos pensamientos que puedan ayudarle a discernir si está edificando su vida espiritual sobre cimientos seguros y no sobre alguna de las falsas pruebas que han sido mencionadas en las páginas anteriores. Más vale que se dé cuenta ahora de su verdadera posición, y no que se la declaren cuando ya sea demasiado tarde. Es preferible llorar ahora en vez de sollozar y lamentarse por toda la eternidad cuando esta vida haya tocado a su fin.
Este libro de Gardiner Spring se publicó en inglés el año de 1820 y consistía primeramente en una serie de ensayos. Parece ser que el Dr. Spring se inspiró en un libro anterior escrito por Jonathan Edwards en 1746 y titulado “Religious Affections”. El libro titulado en español “Los Afectos Religiosos” fue el fruto de sus reflexiones a este respecto y es un tema de mucho interés para todo creyente verdadero en cualquier época de la historia de la Iglesia. Edwards se dio cuenta que el camino que lleva a la unión con Dios no es fácil. “El justo con dificultad se salva”, era su frase favorita. El creyente debe luchar con enemigos poderosos y si Dios no estuviese con nosotros pronto seríamos vencidos y destruidos. Pero Dios nos toma, nos limpia, nos fortifica, y nos transforma hasta dejarnos equipados para entrar en la gloria celestial. Esta obra de Gardiner Spring nos habla del mismo tema y encierra el mismo objetivo. Nos hemos tomado la libertad de escribirlo en un lenguaje moderno, resumiendo y abreviando pasajes difíciles. ¿En qué consiste el ser cristiano? !Véalo usted mismo leyendo este libro! (Eileen y John Appleby).