Aquí se presenta una de las consideraciones más tristes imaginables, y es: “¿Hasta dónde es posible que un hombre llegue en una profesión de religión y, sin embargo, después de todo, no alcanzar la Salvación? ¿Hasta dónde puede correr y, sin embargo, no lo suficiente como para obtenerla?”. Esto, digo, es triste, pero no tanto como la verdad, porque nuestro Señor Jesucristo lo atestigua claramente: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha; porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán” (Lucas 13.24).
Mi propósito aquí es despertar al profesante formal y somnoliento y descubrir al hipócrita íntimo, pero mi temor es que los verdaderos creyentes que son débiles se desanimen con esto, porque como es difícil demostrar cuán bajo puede un hijo de Dios caer en el pecado y, sin embargo, tener verdadera Gracia, el pecador no regenerado será propenso a presumir de sí mismo que es un cristiano débil. Por lo tanto, es tan difícil demostrar cuán alto puede llegar un hipócrita en una profesión de fe y, sin embargo, no tener verdadera Gracia, que es muy probable que el verdadero creyente que es débil esté propenso a desanimarse.
He procurado evitarlo cuidadosamente, demostrando que aunque un hombre puede llegar tan lejos y, sin embargo, no ser sino un casi cristiano, no puede llegar a la verdadera Gracia y, consecuentemente, ser un verdadero Cristiano a pesar de todo. Por lo tanto, no juzgues tu estado por carácter alguno que encuentres imputado a un falso profesante, pero lee esta obra completamente y luego haz un justo juicio, porque me he preocupado de no “dar el pan de los niños a los perros” y “de no usar el látigo del perro para asustar a los niños”, sin embargo, desearía que este libro cayera únicamente en manos de aquellos a quienes les concierne, principalmente, aquellos “que tienen nombre de que viven, pero están muertos”, estando ocupados en la “apariencia de piedad” pero ajenos al “poder eficaz de ella” (2 Timoteo 3.5).
Estos son los temas propios de este tratado. Es mi deseo que el Señor lo acompañe con Su bendición donde quiera que llegue, para que pueda ser una palabra de despertar para todos aquellos que lo puedan leer, especialmente, para esa generación de falsos profesantes derrochadores que abunda en esta época, quienes asisten regularmente a su iglesia, doblan las rodillas, realizan algunas oraciones y en un buen momento reciben las ordenanzas o sacramentos, y piensan que hacen lo suficiente para heredar el Cielo y, en consecuencia, juzgan que su condición y su salvación son seguras, aunque haya un infierno de pecado en sus corazones “y veneno de áspides esté debajo de sus labios” (Romanos 3.13); sus mentes son todavía carnales y no regeneradas, y sus conversaciones sucias y no santificadas.
Si la vida eterna es tan fácil de conseguir y a un precio tan barato, ¿por qué nuestro Señor Jesucristo nos dijo: “Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.14)? ¿Y por qué el Apóstol debería dejarnos perplejos con un mandato tan innecesario al decir: “esfuércense por comprobar si realmente forman parte de los que Dios ha llamado y elegido” (2 Pedro 1.10 NTV)? Por lo tanto, ciertamente no es tan fácil ser salvos como muchos lo creen; y eso lo verás claramente en el siguiente discurso.
He sido algo breve en su aplicación, por tanto, permíteme ser tu recuerdo en cinco deberes importantes:
- Primero, “cuídate de descansar en forma de piedad”, como si los deberes ex opere operato pudieran conferir verdadera Gracia, es decir, “que los deberes infunden la Gracia en el sujeto en función de la acción cumplida debidamente, en virtud y por autorización divina”. Una formalidad sin vida alcanza una muy alta estima en el mundo, como un “cab de estiércol de paloma” que se vendió a un precio muy alto durante la hambruna de Samaria (2 Reyes 6.25). ¡Pobre de mí! La profesión de piedad no es más que un fundamento arenoso sobre el cual construir la esperanza de un alma inmortal para la eternidad. Recuerde, el Señor Jesucristo llamó a aquel hombre un constructor insensato, “que edificó su casa sobre la arena”, y el triste acontecimiento lo demostró, “porque cayó, y grande fue su ruina” (Mateo 7.26-27). ¡Oh, pues, pon tu fundamento, por la Fe, sobre la roca que es Cristo Jesús!; mirad solo a Cristo y descansad completamente en Él.
- En segundo lugar, “trabaja por ver la excelencia en el poder de la piedad”, procura ver belleza en la vida de Cristo. Si los medios de verdadera Gracia tienen belleza en sí mismos, seguramente la Gracia misma tiene mucho más, porque “la calidad de los medios reside en su idoneidad y utilidad para el fin al cual han sido determinados”. La forma de la piedad no tiene ninguna bondad más allá de lo que se extiende y se vuelve útil para el alma en el poder y la práctica de la piedad. La vida de santidad es la única vida excelente, es la vida de los santos y de los ángeles en el Cielo, sí, es la vida de Dios en sí mismo. Así como es una gran prueba de la bajeza y la inmundicia del pecado que los pecadores busquen cubrirlo, es una gran prueba de la excelencia de la piedad que tantos pretendan tenerla verdaderamente. La justa profesión del hipócrita defiende la causa de la religión, sin embargo, el hipócrita es aparentemente el mejor cuando realmente es el peor.
- En tercer lugar, “considera las cosas que están por venir como las mayores realidades”, porque las cosas que no se creen no actúan más sobre los afectos que aquellas que no existen, y esta es la gran razón por la que la generalidad de los hombres deja que sus afectos vayan tras el mundo, poniendo en sus corazones a la criatura en el lugar de Dios.
La mayoría de los hombres juzgan la realidad de las cosas por su visibilidad y proximidad a los sentidos, y, por tanto, se convierte en su opción la elección de ese desgraciado cardenal que no dejaría su parte en París por su parte en el Paraíso. Claro, cualquiera que fuera su interés en lo primero tiene poca valoración en lo segundo. Bien puede llamarse idolatría a la codicia al elegir al mundo como su dios.
¡Oh, considera que la eternidad no es un sueño y que el infierno y el gusano que nunca muere no son una presunción melancólica! El Cielo no es un Elysium ficticio. En estas cosas está la mayor realidad imaginable, y aunque son espirituales y están fuera del alcance de los sentidos, son reales y están dentro de la visión de la Fe. “No miréis, pues, las cosas que se ven, sino mirad las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4.18).
- En cuarto lugar, “pon un alto precio a tu alma”. Lo que valoramos a la ligera, lo abandonamos fácilmente. Muchos hombres venden sus almas al precio de la primogenitura del profano Esaú: “por un bocado de pan”; es más, “por aquello que”, en el sentido del Espíritu Santo, “no es pan”. ¡Oh, considera que un alma es la joya más preciosa e invaluable del mundo, es la pieza más hermosa de la obra de Dios en toda la creación (Mateo 16.26; Marcos 8.37 NTV), es aquello que lleva la imagen de Dios (Génesis 1.26-27; 9.6; Santiago 3.9), y que fue comprada con la sangre del Hijo de Dios (1 Corintios 6.20; 15.49; 1 Pedro 1.18-19; Romanos 8.29)! ¿No le pondremos valor y la consideraremos preciosa?
El Apóstol Pedro habla de tres cosas muy preciosas:
1. Un Cristo precioso;
2. Preciosas promesas;
3. Una Fe preciosa.
Ahora bien, el valor apreciable de todo esto residirá en la utilidad que hallemos en ello para nuestra alma. Cristo es precioso, como Redentor de almas preciosas; las promesas son preciosas porque ofrecen a este Cristo precioso a almas preciosas; la Fe es preciosa porque acerca a almas preciosas a un Cristo precioso, tal como es presentado en las preciosas promesas. ¡Oh, ten cuidado de que no te encuentres sobrevalorando otras cosas y subestimando tu alma! ¿Será amada tu carne, y más aún, tu bestia, y será despreciada tu alma? ¿Vestirás y mimarás tu cuerpo y, sin embargo, no cuidarás de tu alma? Esto es como si un hombre tuviera que alimentar a su perro y matar de hambre a su hijo. “Las comidas son para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a los otros destruirá Dios” (1 Corintios 6.13). ¡Oh, no permitas que un cadáver que se tambalea y perece tenga todo tu tiempo y cuidado, como si la vida y la salvación de tu alma no valieran la pena!
- Por último, “medita profundamente sobre lo severo y repentino de aquel día del juicio, por el cual tú y yo debemos pasar a un estado eterno, en donde Dios, el juez imparcial, requerirá una cuenta en nuestras manos de todos nuestros talentos y encomiendas”. Entonces debemos dar cuenta del tiempo, cómo lo hemos gastado; del patrimonio, cómo lo hemos empleado; de nuestras fortalezas, cómo las hemos dispuesto; de nuestras aflicciones y misericordias, cómo han sido mejoradas; de las relaciones que mantuvimos aquí, cómo han tenido lugar; y por los tiempos y medios de Gracia, cómo han sido administrados. Y mira, cómo “hemos sembrado aquí, más adelante cosecharemos” (Gálatas 6.7-8).
Lector, estas son cosas que, más que todas las demás, merecen y exigen con más fuerza nuestro cuidado y esfuerzo, incluso por parte de los menos interesados. Para considerar de qué espíritu de ateísmo están llenos los corazones de la mayoría de los hombres (podemos juzgar el árbol por sus frutos y el principio por su práctica), que viven como si Dios no existiera para ser servido, ni Cristo para ser buscado, ni la concupiscencia para ser mortificada, ni el “yo” para ser negado, ni la Escritura para ser creída, ni el día del juicio para ser considerado, ni el infierno para ser temido, ni el Cielo para ser deseado, ni el alma para ser valorada, pero sí para entregarse a una sensualidad peor que brutal, “a cometer con avidez toda inmundicia” (Efesios 4.19), viviendo sin Dios en el mundo (Efesios 2.12), esta es una meditación lo suficientemente adecuada para quebrantar nuestros corazones, si al menos tuviéramos el temperamento del santo David, quien “vio a los transgresores, y se entristeció”, y quien tenía “ríos de aguas corriendo por sus ojos, porque los hombres no guardaron las leyes de Dios” (Salmo 119.136).
La prevención y corrección de esta enfermedad que destruye el alma no es el único propósito de este tratado que ahora pones en tus manos. Aunque la principal virtud de esta obra radica en su uso soberano para aliviar y curar el tímpano hinchado de la hipocresía, puede servir también, con la bendición de Dios, como un emplasto para la plaga de lo profano, si se aplica oportunamente mediante una meditación seria, y si es observada cuidadosamente mediante la oración constante.
Lector, no esperes nada fascinante o singular, porque entonces te sentirás engañado. Pero si quieres tener una examen como criterio de prueba para tu estado, posiblemente este tratado te sirva. Si eres extraño a una profesión de fe, o un hipócrita en tu profesión de religión, entonces lee y tiembla, porque tú eres el hombre al que aquí se señala.
—Mutato nomine de te
Cambiado el nombre, a ti se refiere el cuento.
Fabula narratur— Horat.
Pero si el reino de Dios ha venido con poder a tu alma, si Cristo está siendo formado en ti, si tu corazón es recto y sincero con Dios, entonces lee y regocíjate.
Introducción
“Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano.”
Hechos 26.28
Hay muchísimos en el mundo que son casi, pero casi cristianos, muchos que están cerca del Cielo y, sin embargo, nunca estarán más cerca de lo que están, muchos que están a un poco de la Salvación y, sin embargo, nunca disfrutarán de la más mínima salvación; están a la vista del Cielo y, sin embargo, nunca podrán ver a Dios.
Existen dos expresiones tristes en las Escrituras, que no puedo dejar de mencionar en este lugar. Una se refiere a los verdaderamente justos. La otra tiene que ver con los aparentemente justos. Se dice del verdaderamente justo que “a duras penas se salvará” (1 Pedro 4.18), y se dice del aparentemente justo que casi será salvo: “No estás lejos del reino de Dios” (Marcos 12.34). Los justos se salvarán con dificultad, es decir, con mucha dificultad.
El verdaderamente justo irá al Cielo a través de muchos temores tristes del infierno. El hipócrita casi se salvará, es decir, irá al infierno a través de muchas hermosas esperanzas del Cielo.
Hay dos cosas que surgen aquí, en virtud de una meditación muy seria. La primera es: “Con qué frecuencia un verdadero creyente puede fracasar, cuán bajo puede caer y, sin embargo, tener verdadera Gracia”. La otra es: “Hasta dónde puede llegar un hipócrita en el camino al Cielo, qué tan alto puede llegar y, sin embargo, no tener verdadera Gracia”.
El santo puede ser arrojado muy cerca del infierno y, sin embargo, nunca llegará allí, y el hipócrita puede ser elevado muy cerca del Cielo y, sin embargo, nunca llegar allí. El santo puede casi morir espiritualmente, y aún así ser salvo eternamente, mientras que el hipócrita puede casi salvarse y finalmente perecer eternamente; porque el santo, en el peor de los casos, es realmente un creyente, mientras que el hipócrita, en el mejor de los casos, es realmente un pecador no regenerado.
Antes de abordar la doctrina, debo establecer tres premisas que son de gran utilidad para la seguridad de los verdaderos creyentes que son débiles, a fin de que esta doctrina no los sacuda ni los desanime.
Asestando con precisión
Primero, no hay nada en la doctrina que deba ser motivo de tropiezo o desánimo para los cristianos débiles. El Evangelio no dice estas cosas para herir a los creyentes genuinos, sino para despertar a los que practican el pecado y a los profesantes formales.
No existe nadie más reacio que los creyentes débiles a aplicar las promesas y consuelos del Evangelio a sí mismos, para quienes están apropiadamente diseñados, de modo que no hay nadie más dispuesto que ellos a aplicarse las amenazas y las cosas más severas de la Palabra a sí mismos, para quienes nunca fueron destinadas. Como los discípulos, cuando Cristo les dijo: “Uno de vosotros me entregará”, los que eran inocentes eran los que más sospechaban de sí mismos y, por lo tanto, gritaban: “Maestro, ¿soy yo?”. En este sentido, los cristianos débiles, cuando escuchan las reprensiones dirigidas a aquellos que practican el pecado o la exposición pública del hipócrita a través del ministerio de la Palabra, inmediatamente claman: “¿Soy yo?”.
Es culpa del hipócrita sentarse bajo las pruebas y descubrimientos de la Palabra y, sin embargo, no prestarles atención; y es culpa del cristiano débil sacar tristes conclusiones de su propio estado a partir de premisas que no le conciernen.
De hecho, es de gran utilidad una doctrina como esta para todos los creyentes:
- Para hacerlos mirar su posición. Para que evalúen sobre qué fundamento están y para ver que el fundamento de su esperanza esté bien puesto, esto es, que no se encuentran edificando sobre arena, sino sobre roca;
- Ayuda a elevar nuestra admiración por el amor distintivo de Dios, al llevarnos al camino eterno, cuando tantos perecen en el camino, y al someter a gran presión a nuestras almas para evidenciar una verdadera conversión, cuando tantos asumen una profesión sin Gracia;
- Incita a ese excelente deber de escudriñar el corazón, para que así nos presentemos aprobados nosotros mismos ante Dios con sinceridad;
- Ocupa al alma en doble diligencia, para que se la encuentre no solo creyendo, sino perseverando en la Fe hasta el fin.
Estos deberes, y otros similares, hacen que esta doctrina sea útil para todos los creyentes. Sin embargo, no deben ser utilizados como un obstáculo oneroso en el camino de su paz y bienestar.
Mi designio al predicar sobre este tema no es entristecer las almas de aquellos a quienes Cristo no habría entristecido. Yo traería agua no para “apagar el pábilo que humea”, sino para apagar ese fuego falso que es encendido por el propio pecador, no sea que andando todos sus días a la luz del mismo, al final “yazca en dolor”. Mi objetivo es apisonar la montaña de confianza de aquel que hace del pecado una práctica, no debilitar la mano de la Fe y la dependencia del verdadero creyente; despertar y traer a pecadores formales seguros, no desanimar a los verdaderos creyentes que son débiles.
La cualidad de la Gracia
En segundo lugar, yo establecería esta premisa: “A pesar de que muchos puedan llegar lejos, e incluso muy lejos en el camino hacia el Cielo y aun así quedarse cortos, el alma que ha recibido verdadera Gracia, aunque haya sido en una porción muy pequeña, nunca se quedará corta”. “El justo seguirá su camino” (Job 17.9).
Aunque algunos pueden hacer mucho en cuanto al cumplimiento de su deber y aún así fracasar, como mostraré más adelante, con toda seguridad el alma que cumple con su deber con la verdadera Gracia nunca perecerá, aun cuando esta sea mínima, “porque Él salva a los rectos de corazón” (Salmo 7.10).
La menor medida de verdadera Gracia es tan salvífica como la mayor. Salva con la misma seguridad, aunque de forma no tan confortable. La más mínima Gracia verdadera da un pleno interés en la sangre de Cristo, por la cual somos completamente purificados, y da un pleno interés en la fuerza y el poder de Cristo, por el cual ciertamente seremos preservados.
Cristo mantiene la Fe en el alma y la Fe mantiene el alma en Cristo, y así “somos guardados por el poder de Dios, mediante la fe para salvación” (1 Pedro 1.5).
Una sospecha fundada
En tercer lugar, quisiera afirmar que “respecto de aquellos que pueden escuchar verdades como esta, sin una reflexión y un autoexamen serios, debemos sospechar del estado de su condición”.
Sospecharás de aquel hombre que está al borde de la bancarrota y, sin embargo, nunca revisa sus cuentas ni analiza sus libros contables. Yo también pienso que aquel hombre que nunca busca ni trata con su propio corazón es un hipócrita. No dudo del estado de nadie más que de aquel que sigue el camino de sus deberes sin ninguna inquietud o duda de su estado.
Cuando vemos a un hombre enfermo y, sin embargo, insensible, concluimos que las señales de la muerte están sobre él. Entonces, cuando los pecadores no tienen sentido de su condición espiritual, es claro que están muertos en pecado, y las señales de la muerte eterna están sobre ellos.
Teniendo en cuenta estas premisas, que deseo que usted lleve en su mente mientras viajamos por este tema, paso a exponer la proposición de manera más clara y detallada.
Hay muchísimos en el mundo que son casi, pero casi cristianos
Demostraré la verdad de la proposición, y luego procederé a un procesamiento más dinámico.
1. Demostraré la verdad de la proposición y lo haré mediante las evidencias que encontramos en las Escrituras, la cual habla clara y completamente de la situación.
Primero, el joven rico del Evangelio es una prueba eminente de esta verdad. Allí lees de uno que vino a Cristo para aprender de Él el camino al Cielo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”. Nuestro Señor Jesucristo le dice: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”, y cuando Cristo le dice esto, él responde: “Señor, todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué me falta todavía?” (Mateo 19.16-20).
Ahora veamos hasta dónde llegó este hombre.
- Obedeció. No solo escuchó los mandamientos de Dios, sino que los guardó. Ahora bien, la Escritura dice: “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11.28);
- Obedeció universalmente. No este o aquel mandamiento, sino tanto esto como aquello. No los dividió a la mitad con Dios, ni escogió lo que era más fácil de hacer y dejó de realizar el resto, no, el joven obedeció a todos: “Todo esto lo he guardado”;
- Obedeció constantemente. No solo en un ataque temporal de celo, sino en una serie continua de deberes. Su bondad no fue como la de Efraín, “como el rocío de la mañana que desaparece” (Oseas 13.3), no, “todas estas cosas las [guardó] desde [su] juventud”;
- Profesó el deseo de saber más y hacer más; de perfeccionar lo que le faltaba a su obediencia. Por eso acude a Cristo, para ser instruido en su deber: “Maestro, ¿qué me falta todavía?”.
¿No creerías que es un buen hombre? ¡Pobre de mí! ¿Cuántos llegan tan lejos y, sin embargo, hasta donde llegan no es lo suficientemente lejos? “No era sino un casi cristiano”, porque era un hipócrita enfermizo que finalmente abandona a Cristo para adherirse a su lujuria.
Esta es entonces una prueba completa de la verdad de la doctrina.
En segundo lugar, una segunda prueba de ella es la parábola de las vírgenes de San Mateo (25.1-13). Mirad cuánto progresan las vírgenes insensatas; hasta dónde llegan en su profesión cristiana.
- Se les llama “vírgenes”. Ahora bien, este es un nombre dado en las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a los santos de Cristo. “Las vírgenes te aman” (Cantares 1.3). Y en la revelación de Juan encontramos que los “ciento cuarenta y cuatro mil” que estaban con el Cordero en el Monte Sión son llamados “vírgenes” (Apocalipsis 14.4). Se les llama vírgenes porque no están contaminadas con las “corrupciones que hay en el mundo por la concupiscencia” (2 Pedro 1.4). Ahora bien, estas aquí parecen ser de esa clase, porque se les llama vírgenes;
- Toman sus lámparas, es decir, hacen profesión de Cristo;
- Tenían una especie de aceite en sus lámparas. Tenían algunas convicciones y algo de fe, aunque no la Fe de los elegidos de Dios para haber mantenido su profesión, para haber mantenido encendida la lámpara;
- Fueron, es decir, su profesión no fue una profesión ociosa. Cumplieron deberes, frecuentaron ordenanzas e hicieron muchas de las cosas que se les ordenó. Progresaron: fueron;
- Salieron, es decir, no solo fueron sino además salieron. Dejaron mucho y a muchos detrás de ellas, lo que demuestra su separación del mundo;
- Fueron con las “vírgenes prudentes”, es decir, se unieron a las que se habían unido legítimamente al Señor, y eran compañeras de las que eran compañeras de Cristo;
- Salen “al encuentro del Novio”, lo que demuestra su disfrute y búsqueda de Cristo;
- Cuando oyeron el grito del Novio que se acercaba, “se levantaron y arreglaron sus lámparas”. Profesaron a Cristo más fuertemente, esperando ahora entrar con el Novio;
- Buscaron la verdadera Gracia. Ahora bien, ¿no decimos que los deseos de Gracia son verdadera Gracia?, y así lo son, si son verdaderos y pertinentes; si repercuten y son oportunos. ¿Por qué vemos aquí un deseo de Gracia en estas vírgenes cuando dicen: “Danos de tu aceite”? Era un deseo de verdadera Gracia, pero no era un verdadero deseo de Gracia. No era un deseo verdadero, porque era inoportuno. Era falso, porque estaba fuera de tiempo; fue muy tarde. Su insensatez fue no llevar aceite cuando tomaron sus lámparas. El tiempo oportuno para buscar la Gracia era cuando vinieron a Cristo, pero ya era demasiado tarde para buscarla cuando Cristo vino a ellas. Las vírgenes deberían haber buscado el aceite cuando asumieron su profesión; ya era demasiado tarde para buscarlo cuando llegó el Novio. Y, en consecuencia, “fueron excluidas”, y a pesar de que clamaron por la entrada: “Señor, Señor, ábrenos la puerta”, Cristo el Señor les respondió: “En verdad os digo que no os conozco”.
¿Ves hasta dónde llegaron estas vírgenes con su profesión cristiana “de bromas”, y cuánto tiempo perseveraron en ella? Incluso hasta la venida del Novio. Llegaron hasta la puerta misma del Cielo y allí, como los sodomitas, perecieron con las manos en el umbral mismo de la gloria. Eran casi cristianas, nada más que eso; casi salvas y, sin embargo, perecieron.
Ustedes que profesan el Evangelio de Cristo, levántense y tiemblen, porque si aquellos que nos han superado están destituidos del Cielo, ¿qué será de nosotros los que estamos destituidos de ellos? Si las que son vírgenes, que profesan a Cristo, que tienen algo de fe en su profesión, tal como es, que tienen algún fruto en su fe, que superan a otros en su búsqueda de Cristo, que mejoran su profesión y se adaptan a ella, es más, que buscan la verdadera Gracia, si tales como estas son casi cristianos, Señor, ¿qué somos nosotros?
Tercero, si estos dos testigos no fueran suficientes para probar la verdad y confirmar el valor de la proposición, tomaré a un tercero, y eso será del Antiguo Testamento: Isaías 58.2. Vean lo que Dios dice de aquel pueblo. Uno pensaría que les asigna un carácter muy elevado, como de un pueblo selecto, en las palabras del texto: “Con todo me buscan día tras día y se deleitan en conocer mis caminos, como nación que hubiera hecho justicia, y no hubiera abandonado la ley de su Dios. Me piden juicios justos, se deleitan en la cercanía de Dios” (LBLA).
Vea hasta dónde llegaron. Si Dios no hubiera dicho que estaban podridos y enfermos, los habríamos tomado por los “machos cabríos delante del rebaño” (Jeremías 50.8) y los habríamos clasificado entre los dignos. Por favor, observe.
- Buscan a Dios. Ahora bien, este es el carácter propio de un verdadero santo: buscar a Dios. A los verdaderos santos se les llama “buscadores de Dios”. “Esta es la generación de los que le buscan, los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob” (Salmo 24.6). Observa, aquí una generación de los que buscan a Dios, ¿y no son estos los santos de Dios?;
- Más aún, lo buscan a diario. Aquí hay diligencia respaldada por la continuidad perenne, es decir, todos los días, de día en día. No lo buscaron a trompicones, ni solo en los tiempos de angustia y aflicción, como hacen muchos. “Señor, en la angustia te han visitado; derramaron oración cuando tu castigo cayó sobre ellos” (Isaías 26.16). Muchos, cuando Dios los visita, entonces lo visitan a Él, pero no hasta entonces. Cuando Dios derrama sus aflicciones, entonces ellos derraman sus súplicas. Esta es la devoción de los marineros que, cuando las tormentas los han llevado “al límite de su ingenio, entonces claman al Señor en sus problemas” (Salmo 107.23-28). Muchos son los que nunca claman a Dios hasta que pierden el juicio, nunca acuden a Dios en busca de ayuda, mientras puedan ayudarse a sí mismos. Pero ahora estos aquí, de quienes Dios habla, son más celosos que cualquier otro en su devoción; los demás hacen de la necesidad virtud, pero estos parecen hacer del deber la conciencia, porque dice Dios de ellos: “me buscan a diario”. Seguramente, se podría pensar, esto es una nota de sinceridad. Job dice del hipócrita: “¿Invocará a Dios en todo tiempo?” (Job 27.10), seguramente no, sin embargo, tenemos a este pueblo que invoca a Dios siempre, “lo buscan diariamente”; ciertamente estos no son hipócritas;
- Dice Dios: “Se deleitan en conocer mis caminos”. Seguro que esto los libera de la sospecha de hipocresía, porque no le dicen a Dios: “Apártate de nosotros; no deseamos el conocimiento de tus caminos” (Job 21.14);
- Son “como una nación que hizo justicia”. No solo como una nación que hablaba justicia, o conocía justicia, o profesaba justicia, sino como una nación que hacía justicia, que no practicaba nada más que aquello que era justo y correcto. Parecían, a juicio del mundo, tan buenos como los mejores;
- No abandonaron las ordenanzas de su Dios. Parecen fieles a sus principios, constantes en su profesión, mejores que muchos entre nosotros que desechan los deberes y abandonan las ordenanzas de Dios. Estos perseveran en su profesión: “No abandonaron las ordenanzas de Dios”;
- “Me piden”, dice Dios, “las ordenanzas de la justicia”. No hicieron de su propia voluntad la regla del bien y del mal, sino anduvieron en la ley y en la voluntad de Dios y, por lo tanto, en todos sus tratos con los hombres deseaban ser guiados y aconsejados por Dios: “Me piden las ordenanzas de justicia”;
- Se deleitan en acercarse a Dios. Seguro que esto no puede ser la apariencia de un hipócrita. “¿Se deleitará en el Todopoderoso?”, dice Job: No, no lo hará. A pesar de que Dios debiese ser el principal deleite del hombre (porque todo lo que Él posee en sí mismo lo hace precioso, como dijo Tito Vespasiano), los hipócritas no se deleitarán en Dios. Hasta que los afectos no se hagan espirituales, no hay afecto alguno hacia las cosas que son espirituales. Dios es un bien espiritual y, por lo tanto, los hipócritas no pueden deleitarse en Dios. Sin embargo, este es un pueblo que se deleita en acercarse a Dios;
- Era un pueblo que ayunaba mucho: “¿Por qué hemos ayunado…”, dicen, “…y tú no lo ves?” (Isaías 58.3 LBLA). Ahora bien, este es un deber que no supone ni demanda la verdad de la Gracia solo en el corazón, sino en la fuerza de la Gracia. “Nadie”, dice nuestro Señor Jesucristo, “echa vino nuevo en odres viejos, para que no se rompan los odres y se derrame el vino” (Mateo 9.17). El vino nuevo es fuerte y los odres viejos débiles, y el vino fuerte rompe el vaso débil. Esta es una de las razones que da Cristo por la cual sus discípulos, que eran recién convertidos y todavía débiles, no fueron ejercitados en esta austera disciplina. Pero este pueblo aquí mencionado, era un pueblo que ayunaba mucho, afligía mucho su alma, se desgastaba con frecuentes prácticas de humillación. Por consiguiente, es seguro que para ellos era “vino nuevo en odres nuevos”, es decir, debieron ser un pueblo fuerte en Gracia.
Parece haber Gracia no solo en la verdad, sino también en el crecimiento, y, sin embargo, a pesar de todo esto, no eran mejores que una generación de hipócritas que consiguieron un gran progreso y llegaron lejos, pero no lo suficiente. Después de todo, fueron desechados por Dios.
Espero que a estas alturas la verdad de la doctrina esté suficientemente afirmada y confirmada: “que un hombre puede ser casi, sí, muchos lo son, y, sin embargo, no más que casi cristianos”.
2. Pasemos ahora a un análisis más claro del argumento.
- Les demostraré, paso a paso, hasta dónde puede llegar, qué logros puede alcanzar, cuán especioso y singular progreso puede hacer en la religión y, sin embargo, ser un casi cristiano cuando todo esté hecho.
- Mostraré de dónde viene que muchos hombres llegan al extremo de ser casi cristianos.
- Por qué son casi cristianos cuando han llegado tan lejos.
- ¿Cuál es la razón por la cual los hombres que llegan hasta ser casi cristianos, no llegan más allá de ser casi cristianos?
Matthew Mead, el pastor puritano independiente, predicó una serie de siete sermones que más tarde se convirtieron en el manuscrito de su obra más duradera, The Almost Christian Discovered. Esta serie de publicaciones son tomadas de la magna obra cuyo título en español es “El Casi Cristiano descubierto (o el falso profesante juzgado y elegido)”. A los que buscaban en algún acto externo la confirmación de un corazón regenerado, los puritanos les señalaban los motivos apropiados, así como la conducta apropiada. A los que miraban meramente sus creencias ortodoxas, los puritanos señalaron que los demonios son ortodoxos en sus credos, pero no en su conducta. Siempre atentos a no suscitar dudas innecesarias en los creyentes débiles, los puritanos, sin embargo, sintieron que era imperativo despertar al hipócrita carnal de su inmerecida seguridad.