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Reglas generales para practicar la Mortificación del Pecado

“Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis.”

Romanos 8.13

Muchos se han preguntado si Pablo está diciendo, en este texto, que la vida eterna depende de la mortificación del pecado. La respuesta es que sí y que no.

En primer lugar, la respuesta es que no, porque esto sería Salvación por obras. Pablo no contradice aquí lo que él mismo enseñó en muchos otros textos que afirman que la Salvación es solo por la Gracia. Entonces, ¿por qué plantea el Apóstol la importancia de la mortificación en estos términos? O, en otras palabras, ¿en cuál sentido podemos contestar a esta pregunta? Daremos tres respuestas:

  • Primero, porque todos aquellos que viven conforme a la carne, no son realmente creyentes. Los creyentes verdaderos ya no están bajo el dominio y el control del pecado (la carne), y el Apóstol afirmó este punto en los versículos anteriores (Romanos 8.8-9). Las características de aquellos que están en la carne indican claramente que son personas no regeneradas. Esas características son mencionadas en los versículos 5 al 7 de este mismo capítulo e incluyen: La enemistad contra Dios, el rechazo de la ley de Dios, el deseo de vivir separados de Dios y el deseo dominante de agradar su naturaleza carnal, en lugar de agradar a Dios. Es debido a esto que tenemos que afirmar que todos los supuestos “cristianos carnales” son en realidad personas inconversas que irán al infierno;
  • Segundo, cuando Pablo dice “si viviereis conforme a la carne moriréis”, está haciendo una declaración general. Es como si dijera: todos aquellos que meten su dedo al fuego se quemarán. Todos aquellos que continúan viviendo bajo el control y el dominio de la carne (el pecado o su naturaleza pecaminosa), morirán eternamente, porque pertenecen a la esfera de los muertos;
  • Tercero, cuando el apóstol dice “si por el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis”, simplemente está haciendo hincapié entre la relación que existe entre el fin determinado por Dios y los medios usados para alcanzar dicho fin. El propósito de Dios es que todos sus hijos pasen por un proceso de santificación en este mundo. Este proceso es esencial como preparación para vivir en la gloria. Sin embargo, lo que les da derecho a la gloria es la Justificación por Gracia; lo que les prepara en forma práctica para disfrutar la gloria, es el proceso de la santificación. La mortificación del pecado es una parte esencial en este proceso de santificación. Si no estamos siendo santificados por Dios, es porque no vamos a ir a la gloria. Entonces, la mortificación es simplemente una etapa en el plan de Dios para sus hijos. Tal como lo dice Pablo en Romanos 6.22: “Mas ahora, librados del pecado, y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y por fin la vida eterna”. En este texto vemos que la santificación está colocada como un medio esencial que nos prepara para la gloria. Este proceso comienza con la liberación del dominio del pecado; este punto es enfatizado en los versículos 2, 6, 14, 17 y 18 de Romanos capítulo 6.

Entonces, si no hemos experimentado primeramente esta liberación, la cual inicia el proceso de mortificación del pecado, esto quiere decir que no tenemos vida espiritual, y lo primero que deberíamos buscar no es la mortificación del pecado, sino la Salvación misma.

Primera regla general para practicar la Mortificación del Pecado

Hay algunas reglas generales y principios que son esenciales para la mortificación bíblica del pecado, sin las cuales ningún pecado será jamás mortificado. Consideremos la primera y más básica de estas reglas:

Solamente un creyente, es decir, una persona que está verdaderamente unida con Cristo es capaz de mortificar el pecado.

Como ya hemos notado precedentemente, la mortificación es la tarea de los creyentes: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13). Una persona no regenerada (es decir, una persona que no está realmente unida con Cristo por la Fe), puede hacer algo parecido a la mortificación, pero no puede realmente mortificar ni siquiera un solo pecado, en una manera aceptable a Dios. En el capítulo tres (del libro La Mortificación del Pecado) notamos como muchas personas sinceramente religiosas (que actúan en base a los principios enseñados por su iglesia), tratan de mortificar su pecado, sin embargo todo es en vano.

No estamos sugiriendo que solamente los creyentes están obligados a mortificar el pecado. No, la mortificación es un deber (igual como el arrepentimiento y la Fe), que Dios exige de todos aquellos que escuchan el Evangelio. Lo que estamos afirmando es que solo los creyentes pueden hacer esto. El incrédulo también está obligado a mortificar sus pecados, pero este no es su primer deber, su primer deber es creer el Evangelio que ha escuchado.

Sin la ayuda del Espíritu de Dios, la mortificación de pecado no es posible. Sería más fácil ver sin ojos o hablar sin lengua que verdaderamente mortificar el pecado sin el Espíritu Santo.

Pero, ¿cómo puede una persona obtener la ayuda del Espíritu de Dios? El es el Espíritu de Cristo y es recibido creyendo el Evangelio acerca de Cristo Jesús, no como una recompensa por guardar la ley (Gálatas 3.1-5, especialmente el versículo 1). Todos los intentos de mortificar cualquier concupiscencia sin la Fe en Cristo Jesús resultarán inútiles.

Cuando los judíos fueron convencidos de sus pecados en el día de Pentecostés y clamaron: “¿Qué haremos?”, ¿qué es lo que Pedro respondió? ¿Acaso les mandó directamente a mortificar su orgullo, su enojo, su malicia, su crueldad, etcétera? No, Pedro sabía que ellos no necesitaban hacer eso. Lo que necesitaban era ser convertidos, arrepentirse de sus pecados y creer en Cristo Jesús (Hechos 2.38-39). Pedro sabía que la primera necesidad del hombre es creer en Cristo crucificado, y si ellos hicieran esto, la verdadera humillación y mortificación vendrían después.

Lo mismo era cierto durante el ministerio de Juan el Bautista. Los fariseos habían impuesto sobre el pueblo pesados deberes y métodos rígidos de mortificación, tales como los ayunos y los distintos lavamientos. Sin embargo, Juan les predicó la necesidad urgente de conversión y arrepentimiento (Mateo 3.2, 8-10).

El ministerio público de Cristo fue igual. El decía: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?” (Mateo 7.16). Los árboles pueden producir fruto solamente según su género, y así pues Cristo nos dice: “haced el árbol bueno y su fruto será bueno” (Mateo 12.33). En otras palabras, es necesario tratar con la raíz. La naturaleza misma del árbol debe ser cambiada o será imposible que el árbol produzca fruto bueno.

Este hecho es tan básico pero a la vez tan importante, que debemos tomar el tiempo para considerar algunos peligros que surgen cuando este punto es descuidado o ignorado. Mencionaremos tres peligros:

  1. El peligro de ser desviado del deber principal del hombre. Cuando este hecho básico es ignorado o descuidado, existe el peligro de que la mente y el alma del hombre se preocupen por un deber que no es realmente su tarea principal. El deber primario del hombre es el de arrepentirse y creer en el Evangelio. Hasta que cumpla con esto, ningún otro deber puede tener importancia verdadera. Un hombre puede dedicar todos sus esfuerzos al intento de mortificar el pecado, cuando en realidad debería enfocar sus esfuerzos a obtener la Fe salvadora en Cristo.
  2. El peligro del autoengaño. El deber de la mortificación es, en sí mismo, algo bueno, a condición de que sea realizado por aquellos que poseen la Fe salvadora en Cristo. El peligro es que una persona puede dedicarse a este deber y pensar que al hacerlo resulta agradable a Dios. Por ejemplo:
    • a. En vez de acudir al Gran Médico de las almas para ser sanado a través de su muerte en la cruz, un hombre puede ocuparse tratando de sanarse a sí mismo a través del deber de la mortificación. “Y verá Efraín su enfermedad, y Judá su llaga; irá entonces Efraín a Asiria, y enviará al rey Jareb; mas él no os podrá sanar, ni os curará la llaga” (Oseas 5.13);
    • b. Debido a que el deber de la mortificación parece ser una gran evidencia de la sinceridad, una persona puede ser endurecida por él y caer en una justicia propia, creyendo que su estado espiritual es bueno.
  3. El peligro de ser desilusionados por la falta de éxito. Un incrédulo puede sinceramente trabajar en este deber y, sin embargo, solo estar engañándose a sí mismo. Tarde o temprano descubrirá que su pecado no está siendo realmente mortificado y que él está simplemente cambiando una clase de pecado por otro. Entonces, se desesperará de nunca tener éxito y se entregará al poder del pecado.

Conclusión

La mortificación del pecado es la obra de la Fe, el trabajo especial de la Fe. Ahora, si hay una obra que solamente puede ser realizada en una forma específica, resulta necio tratar de hacerla en forma distinta. Es la Fe lo que purifica el corazón (Hechos 15.9), como Pedro lo dice: “habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu” (1 Pedro 1.22). Sin esta Fe, el pecado no puede y no será mortificado. Lo que hemos escrito en este capítulo (6) debería ser suficiente para confirmar la primera regla general de la mortificación:

Asegúrese de estar unido a Cristo por la Fe, porque si usted intenta mortificar cualquier pecado sin esta unión, no tendrá éxito.

Nota una posible objeción y algunas respuestas. Hay una objeción principal a esta primera regla de la mortificación, la cual puede ser expresada en la forma de la pregunta siguiente: ¿Qué debe hacer el hombre inconverso que ha sido convencido de la maldad de su pecado? ¿Debería tal persona dejar de luchar contra su pecado y vivir en la disolución, dando rienda suelta a sus concupiscencias y siendo tan mala como los peores hombres?

Ahora, la respuesta más corta a esta objeción es: “En ninguna manera”. Enseguida daremos dos respuestas:

  • Primero, considere la sabiduría, bondad y amor divino manifiestos en las distintas maneras en que Él detiene a los hombres y a las mujeres para que no sean tan malos como pudieran ser, si no fuesen refrenados por Él. Siempre cuando los inconversos son refrenados en su pecado, esto es el fruto de la providencia, la ternura y la bondad divinas, sin las cuales toda la tierra se convertiría en un infierno de pecado y confusión. [Aquí, Owen se está refiriendo a la Gracia común de Dios que refrena el pecado, manteniéndolo dentro de ciertos límites. Si no fuera por esta intervención divina, el mundo sería destruido por los hombres en forma inmediata.]
  • Segundo, la mortificación del pecado es un deber que las personas no regeneradas son responsables de cumplir, pero no es su primer deber. Si un hombre está tapando un hoyo en la pared de su casa, no pensará que yo soy su enemigo si vengo a decirle que deje por un momento el hoyo, porque hay un incendio que amenaza con quemar toda la casa. Si un hombre tiene un dedo adolorido y también una fiebre intensa, debe tratar primero con la fiebre y luego con el dedo. Lo mismo es verdad en la esfera espiritual. No tiene caso cansarse peleando con algún pecado particular cuando el verdadero problema es una naturaleza pecaminosa que es esclava del pecado. Primero es necesario traer su naturaleza pecaminosa a Cristo, el Gran Médico. Entonces, cuando haya sido librado de la esclavitud de su naturaleza pecaminosa, usted estará preparado para comenzar a mortificar los pecados particulares.

Segunda regla general para practicar la Mortificación del Pecado

La primera regla trató con lo que una persona necesita ser, antes de poder cumplir con el deber de la mortificación del pecado. La segunda regla trata con la actitud necesaria para cumplir con este deber. Esta actitud puede ser resumida en la siguiente regla:

Usted no podrá mortificar ningún pecado, a menos que sincera y diligentemente intente tratar con todo pecado.

Para decirlo en forma simple, no le ha sido dado al creyente la opción de decidir cuáles pecados en su vida necesitan ser mortificados.

A menos que el creyente esté comprometido a tratar con todos y cada uno de los pecados en su vida, nunca tendrá éxito en la mortificación de uno de ellos.

Déjeme explicarle lo que esto significa en una forma más detallada.

Un creyente es probado por un deseo pecaminoso. Este deseo pecaminoso inquieta al creyente (piense en el pecado que más le inquieta a usted). Este pecado le derrota repetidamente y le inquieta tanto que anhela la liberación completa de él. Pero no solamente esto, el creyente realmente lucha contra ese pecado, ora y se lamenta cuando es derrotado por él. Sin embargo, al mismo tiempo, hay otros deberes en la vida cristiana que no toma muy en serio. Puede dejar pasar muchos días sin disfrutar la comunión íntima con Dios. Puede leer su Biblia en una forma superficial, descuidando la meditación en la palabra de Dios y ocupando muy poco tiempo en la oración. Estos deberes cristianos descuidados, o pobremente realizados, son pecados (pecados de omisión), pero no le inquietan como el pecado del cual anhela ser librado. Ahora, el punto que estamos tratando de enfatizar es que este creyente no debería esperar la liberación de aquel pecado que verdaderamente le inquieta, hasta que comience a tratar los demás pecados con la misma seriedad.

Ahora, ¿por qué es así? Hay dos razones:

  • Primero, este intento de lograr una mortificación parcial está basado en un razonamiento falso. Sin aborrecimiento del pecado como pecado (no simplemente un aborrecimiento de sus consecuencias desagradables), y sin una conciencia del amor de Cristo en la cruz, no puede existir una verdadera mortificación espiritual del pecado. Ahora, esta clase de intento de mortificación, no da ninguna evidencia de ser motivada por el aborrecimiento del pecado como pecado, y tampoco por una consciencia del amor de Cristo. Más bien, el motivo simplemente es el amor propio. Un pecado particular ha inquietado la paz y el bienestar de esta persona, entonces pelea contra este pecado solo para recuperar su bienestar. A tal persona, un pastor fiel tendría que decir: “Amigo, usted ha sido negligente en la oración y la lectura de la Biblia. Usted ha sido descuidado en cuanto a su testimonio hacia otros. Estos descuidos son igualmente pecado como el pecado que usted trata de vencer. Jesús murió por estos pecados también. ¿Por qué no ha hecho ningún esfuerzo para vencer también éstos? Si usted realmente odiara el pecado como pecado, sería tan cuidadoso contra todo aquello que resiste y entristece al Espíritu Santo, y no solo contra aquel pecado que inquieta y entristece su alma. ¿Acaso no puede ver usted que su lucha contra el pecado está centrada simplemente en su propia paz y bienestar? ¿Realmente piensa usted que el Espíritu Santo le ayudará a acabar con el pecado que le inquieta, cuando usted no manifiesta ninguna preocupación por tratar con los otros pecados que igualmente le contristan a Él?”. A pesar de lo que pudiéramos pensar, la obra de la mortificación que Dios requiere es un compromiso total para mortificar todo pecado. Si un creyente, sinceramente intenta hacer lo que Dios requiere, entonces puede depender de la ayuda del Espíritu Santo. Si el creyente está preocupado solamente acerca de “su propia obra” (es decir, mortificar los pecados que le inquietan a él), entonces Dios le dejara luchar con base en su propia fuerza. El mandamiento dice: “limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios” (2 Corintios 7.1). Si hacemos algo, debemos tratar de hacer todo y no solamente una parte de la obra de la mortificación.
  • Segundo, en ocasiones Dios utiliza un fuerte deseo pecaminoso no mortificado en un creyente como un medio para disciplinarIo. Cuando un creyente se vuelve frío y negligente en sus deberes hacia Dios (Apocalipsis 3.6ss), Dios permite que un deseo pecaminoso se fortalezca en su corazón, para que se convierta en una plaga y una carga para él. Esta puede ser una de las maneras en que Dios castiga a un creyente por su desobediencia o, por lo menos, una manera para despertarlo a fin de que considere sus caminos y sea conducido a una mortificación sincera del pecado. Un ejemplo parecido a esto puede ser visto en los tratos de Dios con Israel en los tiempos de los Jueces (Jueces 1.27-2.3, especialmente 2.3). [Cuando un creyente es tentado por algún deseo pecaminoso específico, tan fuerte que difícilmente sabe como controlarlo, esto es generalmente el resultado de haber caminado descuidadamente con Dios, o por una falta de voluntad de tomar en serio las advertencias de la Escritura. A veces Dios usa “la plaga” de algún deseo pecaminoso particular para prevenir o curar algún otro mal. Este fue el propósito de Dios en permitir que el mensajero de Satanás inquietara a Pablo: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Corintios 12.7). En forma semejante, pudiera ser que Pedro fue abandonado para que negara a su Señor, como un medio para corregir su vana confianza en sí mismo.]

Conclusión

Quien quiera que desee mortificar verdadera y correctamente cualquier concupiscencia molesta en su vida, debería tener cuidado de ser igualmente diligente en la obediencia a todos los deberes a los cuales Dios le llama. También, debería saber que cada deseo pecaminoso y cada omisión del deber son igualmente desagradables a Dios.

Mientras haya un corazón traicionero que está dispuesto a descuidar la necesidad de luchar para obedecer en todas las cosas, habrá un alma débil que no está permitiendo que la Fe haga toda su obra. Cualquier alma que se encuentra en una condición tan débil, no tiene derecho de esperar tener éxito en la obra de la mortificación.

Extracto de la obra del pastor puritano John Owen, publicada por primera vez en 1656 y titulada en inglés “On Mortification of Sin”. Traducción y notas realizadas por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery. El título en español es: “La Mortificación del Pecado”.