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La Adoración Puritana (II)

3. Los puritanos creían que la adoración a Dios debe ser con todo el ser redimido

En nuestro estudio sobre la adoración de los puritanos, consideramos la necesidad de reformar la adoración como un elemento fundamental del puritanismo, y la alta teología que apoyó y motivó la adoración de los puritanos. Ahora pasamos al [tercer] aspecto de nuestro estudio. Los puritanos creían que Dios debe ser adorado con todo el ser. 

3.1. Descripción de la adoración bíblica

El Salmo 103.1 declara: «Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre». Tanto el alma como el cuerpo deben participar de la adoración. Aquí David menciona el alma, porque es allí, en el interior de nosotros, en donde comienza y emana la adoración espiritual que Dios requiere del ser humano, lo cual llama al creyente a adorar a Dios con todo su corazón, con todo su interior. Todo mi ser redimido y regenerado, con la ayuda del Espíritu Santo, debe adorar a Dios con un corazón que le ama, en donde la llama del amor a Dios consume todo su interior. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento» (Mateo 22.37-38).

Un concepto fundamental en el pensamiento puritano, es que la adoración a Dios debe ser con todo nuestro ser; pero, ante todo, es una actividad interna en el hombre. Aunque la actividad externa tiene su lugar en el culto, la actividad interior, o del corazón, es lo más importante. 

Strivens presenta al ilustre puritano Williams Perkins como aquel que exploró con profundidad este asunto, en su escrito sobre los casos de conciencia. Él escribió que el verdadero culto a Dios no es una cuestión de simbolismo externo, ni de forma, por muy estéticamente agradable que sea, o por mucho que reflejara la antigua práctica cristiana, sino que es un monumento ascendente del corazón hacia Dios en la adoración y la formación de la voluntad para obedecerle en la tierra. La adoración interna, según Perkins, es la que rinde la mente, el corazón, la conciencia, la voluntad y los afectos. Mediante estas facultades, obrando seria y justamente, el hombre puede adorar y seguir a su Creador. 

Lo que se hace externamente en el culto simplemente expresa, en palabras y acciones, la adoración interna del corazón. Esto significa que la adoración interna es el fundamento de toda la verdadera adoración. La razón para esto es porque Dios es Espíritu. Y ya que Él es Espíritu, debe ser adorado en espíritu; es decir, con la mente, la conciencia, la voluntad y los afectos. Según el puritano Perkins, la adoración interna incluye dos cosas: (1) temor o reverencia, y (2) adherirse a Dios. Son dos partes distintas de la adoración. 

Perkins basó esta distinción en Deuteronomio 10.20, que dice: «Temerás al Señor tu Dios; le servirás, te allegarás a Él (te adherirás a Él o vivirás unido a Él) y solo en su nombre jurarás». Perkins toma la palabra “servir” como adoración, lo cual él define como parte de la adoración a Dios en la que la persona, con un sentido de la bajeza de sí mismo, somete y sujeta su alma a la gloria y majestad de Dios. Esto demanda abnegación y, sobre todo, requiere la exaltación de la majestad de Dios. Para probar esta verdad, Perkins cita a Abraham, cuando confiesa delante de Dios que él es polvo y ceniza. Génesis 18.27: «Y Abraham respondió, y dijo: He aquí, ahora me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza»

Vemos la actitud humilde de los serafines delante del Trono de Dios mientras cubrían sus rostros: «Por encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: “Santo, Santo, Santo, es el SEÑOR de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria”.» (Isaías 6.2-3). Adorar a Dios significa humillarse a sí mismo delante de la gloria y la santidad de Dios. Incluye un temor piadoso, una obediencia sincera, una paciencia durante la aflicción, una gratitud verdadera por todo lo que Dios en Su providencia nos envía, la consagración de nuestra vida en cada aspecto de la misma para el honor y servicio de Dios. Isaías 6.8: «Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí: Heme aquí; envíame a mí». La adoración especialmente significa humillarnos delante de Dios y adherirnos a Él o vivir junto a Él. Entonces, el acto positivo de la adoración es acercarnos a Dios por medio de la fe, confiando solo en Cristo, contemplarlo con esperanza y con amor, orando internamente al Señor. 

Sea que estemos de acuerdo o no en la manera en la que Perkins estructura, o incluye, estos varios elementos que él menciona como parte de la verdadera adoración interna, sin embargo, tenemos que concluir que estos elementos mencionados como parte integral de la oración son, sin duda, bíblicos. 

Podemos resumir estos elementos como nuestra humilde, sincera y contrita actitud delante de Dios, por nuestro pecado y debilidad. Incluye entregarnos y acercarnos a Dios mediante Jesucristo, por medio de la fe, con gratitud, amor, oración y alabanza. 1 Pedro 2.5 nos dice: «También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual [personas redimidas y regeneradas que adoran a Dios en espíritu] para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo»

Ahora, hay dificultades y obstáculos que luchan contra la adoración, principalmente interna, como la hemos definido y descrito. Consideremos los requisitos bíblicos para la adoración a Dios. Jeremiah Burroughs, otro puritano, trata este asunto en su libro “La adoración evangélica”. Él reconoce que la adoración a Dios es algo grande, como lo son los deberes que tenemos que cumplir como parte de la adoración espiritual que exige la Palabra de Dios. 

3.2. Requisitos para la adoración bíblica

Según Burroughs, la adoración es difícil y requiere preparación. Esto, en parte, se debe a que nuestros corazones no están preparados para la adoración, y, también, a que hay muchos obstáculos que nos impiden adorar como el Señor nos manda. Burroughs da cinco recomendaciones para que adoremos correctamente a Dios. Necesitamos que nuestros corazones estén preparados de antemano con la correcta percepción de la majestad del Dios que vamos a adorar, y de la seriedad e importancia del deber que tenemos que cumplir. 

Según Burroughs,

  1. Debemos deliberadamente meditar en los atributos de Dios y en la importancia de nuestros deberes. La revelación o visión que vio Isaías de Dios sentado sobre un Trono alto y sublime, cuya orla de Su manto llenaba el templo y la proclamación de la santidad de Dios, llevaron a Isaías a pensar en la gloria, el señorío y la santidad del Trino Dios. Estas perfecciones divinas se adueñaron de sus pensamientos y llevaron a su corazón a reconocer su condición espiritual, su bajeza, vileza e inmundicia delante de Dios; le llevaron a ver su necesidad. Isaías necesitaba que Dios manifestara Su gracia, compasión, y misericordia perdonadora hacia él. 
    Si has de adorar a Dios correctamente, entonces esfuérzate por obtener una percepción correcta de la majestad de Dios y reconocer la seriedad de tus deberes en la adoración: confesión, alabanzas, oraciones, arrepentimiento, ofrendas y prestar atención a la Palabra de Dios.
  2. Tenemos que esforzarnos por sacar o limpiar de nuestro corazón cada camino pecaminoso (Isaías 1.16-17; 55:7). 1 Juan 1.9 declara: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad».
  3. Necesitamos desenredar el corazón del mundo. Santiago 4.4, 7-10 dice: «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues, al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza. Humillaos en la presencia del Señor y Él os exaltará».
  4. Debemos vigilar nuestros corazones en todo momento, en todos nuestros deberes, para que estemos listos para orar cuando llegue el momento. El salmista declara: «Busqué al Señor, y Él me respondió, y me libró de todos mis temores. Los que a Él miraron, fueron iluminados; sus rostros jamás serán avergonzados. Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias» (Salmos 34.4-6). Y el Apóstol Pablo insta a los filipenses: «Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús» (Filipenses 4.6-7).
  5. Debemos esforzarnos por usar todas las facultades de nuestra alma, para estar listos para adorar a Dios. «Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre» (Salmo 103.1). Dios nos llama a estar listos para adorarle con todo nuestro ser. En otras palabras, la verdadera adoración, ya que es un asunto principalmente del corazón, la mente, la voluntad, la conciencia y los afectos, requiere gran esfuerzo para asegurarnos de que internamente estemos en la condición correcta para adorar a ese Dios grande con todo nuestro ser.
    Así pues, debemos entregarnos completamente a cumplir nuestros deberes en la adoración. 

Burroughs dice: 

«Debemos hacer nuestro trabajo como si se tratara de nuestras vidas. Si alguna vez hemos estado seriamente intensos o atentos a algo, debe ser cuando estamos adorando el nombre de Dios. Debemos llegar al culto con un sentido consciente de que al Dios Todopoderoso, a quien estamos adorando, le estamos ofreciendo el homenaje que la criatura debe al Creador. Hemos de estar conscientes de estas distintas partes del culto a medida que las practicamos. Al venir a adorar a Dios, debemos recordar que venimos para estar delante del Señor en esas maneras mediante las cuales Dios ha derramado Sus misericordias sobre Su pueblo. Este es el momento de estar cerca de Dios… “Yo estoy en verdad en todo momento trabajando para gozarme de estar en comunicación con Dios. Y ahora que estoy adorándole, tengo que emplear todas las fuerzas de mi alma para tratar a Dios de la manera especial en la que Él manda en Su Palabra (Juan 4.24). Tengo que animar a mi alma para hacer estas cosas con el propósito para las cuales Dios me llama a hacerlas mientras le adoro”.»

Todas estas cosas nos enseñan que, para los puritanos, la adoración incluía mucho más que simplemente gozar de un buen tiempo de música, y mucho más que pasar un rato cantando, con algunas oraciones, y dedicando cierta cantidad de tiempo oyendo a alguien explicar un texto de la Biblia. 

La adoración incluye la mente y el alma. Demanda la participación deliberada de cada parte de mi ser mientras contemplo la gloria del Trino Dios y considero todo Su Ser, Sus atributos y obras. Aquel que verdaderamente adora a Dios tiene que estar consumido con estas cosas,  deleitándose en ellas profunda y ampliamente, no solo en una forma emocional, sino en una forma que ocupa tanto la mente como el corazón al máximo nivel posible.  

En este punto, Charnock describe la adoración así:

«Un acto deliberado de la voluntad en el que el alma adora y reverencia la Majestad Divina, y se deleita en gran manera con Su amabilidad; abraza Su bondad, entra en una íntima comunión con el Objeto más hermoso que existe, entregándole todos sus afectos a Dios.» Amén. 

Hemos considerado la descripción bíblica de la adoración y los requisitos bíblicos para la adoración. Tenemos, por tanto, que preguntarnos si es esta la adoración que conocemos en nuestra experiencia en nuestras iglesias.

III. El peligro que debemos evitar en la adoración

El peligro que existe, para aquellos de nosotros que valoramos el orden y la reverencia en la adoración, es caer en una adoración formalista, en donde se presta una atención indebida o exagerada a las formas, a las ceremonias, a las normas y a los deberes en el culto, al punto en el que nos conformamos con una adoración seca, estéril y sin vida, aunque sea ortodoxa; y sobre todo, sin tener esa comunión real viva, vigorosa, creciente, variada y transformadora con Dios. Seguimos los pasos, cantamos los himnos, ofrecemos nuestras ofrendas y oraciones, decimos el “Amén”, pero sin esa participación y compromiso pleno del corazón y de la mente que los puritanos consideraban esencial en el culto verdadero. El Señor Jesucristo censura fuertemente ese tipo de adoración: 

«¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías de vosotros cuando dijo: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí. Mas en vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres”» (Mateo 15.7-9).

Hermanos reformados, amamos el orden y la liturgia, pero, ¿es eso la esencia de la adoración? ¿En medio de todo esto, arde nuestro corazón por la gloria de Dios? Tenemos el grave peligro de caer en las repeticiones, o en el formalismo monótono, frío, estéril y sin vida. Todo puede estar muy ordenado, y revestido de ornamentos litúrgicos que hagan ver el culto muy adornado, pero… ¡Que no se diga de nosotros: “Ay de ustedes, que aunque por fuera lucen hermosos, en realidad son semejantes a sepulcros blanqueados, que por dentro están llenos de huesos de muertos”! (Mateo 23.27). Cuidémonos de esto, y digamos con el salmista: “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua. Así te contemplaba en el santuario, para ver tu poder y tu gloria” (Salmos 63.1-2).

Por otra parte, no tiene sentido entregar nuestras emociones a un tiempo prolongado de música y de cánticos, cuando hemos perdido el punto principal de la adoración: contemplar y glorificar a Dios con la mente y el corazón. 

Para nosotros, quienes cantamos himnos y otros cánticos, además de los Salmos, no debemos pasar por alto que el enfoque de los puritanos subraya la importancia de escoger himnos que estén llenos de la verdad bíblica, que contienen sustancialmente doctrina, y que particularmente tienen la doctrina de Dios en lugar de un material superficial que carece de peso doctrinal. Tales cánticos apelan al oído y a la carne, pero tienen muy poco que decirle a la mente y al corazón. 

«Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones» (Colosenses 3.16).

Ninguna de estas cosas se pueden realizar en nuestras propias fuerzas; por esta razón, los puritanos subrayaban la necesidad absoluta de la capacitación del Espíritu Santo en el culto de adoración a Dios. 

Jeremiah Burroughs escribió: 

«Tenemos que rendir a Dios la adoración que nos autoriza la Palabra de Dios. Y debemos hacerlo por el Espíritu. Esta debe tener su sello de aprobación. No debemos actuar según nuestros recursos naturales o sentimientos carnales, ni por las sugerencias del mundo, sino por la guía que el Espíritu nos da en Su Palabra».

Solo el Espíritu Santo puede darnos el poder y la capacitación para adorar a Dios. 

En su Breve instrucción en el culto de Dios, John Owen hace referencia a la presencia especial de Dios que Él promete a Su pueblo. Su presencia, mediante Su Espíritu Santo, capacita a la iglesia para la adoración. Pasajes bíblicos  —como Mateo 18.19-20; 28.20; Apocalipsis 21.3— hacen referencia a la presencia de Cristo. Necesitamos la presencia, la manifestación y la actividad del Señor Jesucristo mediante Su Espíritu en el culto de adoración. Esto fue lo que Cristo prometió. «Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18.19-20). «Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos» (Apocalipsis 21.3). 

Isaías 59.21 muestra cómo el Espíritu Santo, mediante la Palabra del Señor, imparte Su gracia y misericordia a Su pueblo y obra en ellos según Su pacto: «En cuanto a mí —dice el Señor—, este es mi pacto con ellos: Mi Espíritu que está sobre ti, y mis palabras que he puesto en tu boca, no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tu descendencia, ni de la boca de la descendencia de tu descendencia —dice el Señor— desde ahora y para siempre». Estas bendiciones que el Señor derramará sobre Su pueblo, vendrán como respuesta a la adoración que Su pueblo le ofrece. «Y me encontraré allí con los hijos de Israel, y el lugar será santificado por mi gloria. Santificaré la tienda de reunión y el altar; también santificaré a Aarón y a sus hijos para que me sirvan como sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios» (Éxodo 29.43-45). «Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones.  Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza. Humillaos en la presencia del Señor y Él os exaltará» (Santiago 4.8-10). «Lo que hemos visto y oído, os proclamamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1.3). 

Owens escribe en su obra Liturgias

«El Espíritu Santo en la adoración le da al creyente una experiencia de la excelencia, gloria y hermosura de esa comunión especial con Dios en Cristo a la que los creyentes fueron llamados mediante el Evangelio. Cristo ha equipado a los pastores y maestros para el propósito de dirigir a Su pueblo en el culto de adoración a Dios, mediante la comunicación de la gracia y dones espirituales que llegan a ellos desde el cielo». 

Observen cómo Pablo tomó la iniciativa para dirigir a la iglesia de Corinto en su adoración. En 1 Corintios 11.2; 11.17-23, por una parte, él los alaba; pero, en cuanto a la adoración, les reprende. «Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué… Pero al daros estas instrucciones, no os alabo, porque no os congregáis para lo bueno, sino para lo malo. Pues, en primer lugar, oigo que cuando os reunís como iglesia hay divisiones entre vosotros; y en parte lo creo. Porque es necesario que entre vosotros haya bandos, a fin de que se manifiesten entre vosotros los que son aprobados. Por tanto, cuando os reunís, esto ya no es comer la cena del Señor, porque al comer, cada uno toma primero su propia cena; y uno pasa hambre y otro se embriaga. ¿Qué? ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios y avergonzáis a los que nada tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabaré. Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan»

Pablo pasa, en el capítulo 12, a dar instrucciones sobre cómo la iglesia debe adorar a Dios. Aquí vemos a un ministro cristiano tomar la iniciativa para dar principios e instrucciones específicas sobre cómo la iglesia debe adorar a Dios. Es la tarea de los ministros dirigir a la iglesia en la adoración pública. Observen algunas de las instrucciones dadas por Pablo a esta congregación. 

En el capítulo 13 se muestra un camino más excelente: es el camino del amor, que debe gobernar a los creyentes cuando están reunidos para adorar a Dios. Aunque estas instrucciones se pueden aplicar a otras cosas, aquí se menciona como la virtud que debe reinar en la adoración a Dios. En el capítulo 14, se muestra la superioridad del don de la profecía sobre los demás dones espirituales (14.1-13). Luego, en los versículos 14 al 22, se habla de los requisitos para adorar a Dios. En los versículos 23 al 25, se habla de uno de los resultados de tal adoración pública. El versículo 26 señala uno de los propósitos para este culto: la edificación mutua. Y en los versículos 27-40, se habla del orden que se debe observar en la adoración pública. 

En 2 Timoteo 2.1, Pablo señala la Fuente para la capacitación necesaria para que el ministro pueda dirigir a la iglesia: «Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús». Por tanto, Owen sostiene que una dependencia de Cristo y el uso correcto de los dones espirituales y de las gracias que Él ha dado, son esenciales para que el ministro cumpla sus responsabilidades en cuanto a dirigir a la congregación en la adoración. 

Una vez más la perspectiva puritana de la adoración desafía frontalmente la actitud relajada y despreocupada, que es, en gran parte, evidente en la vida actual, y que tan fácilmente invade incluso nuestros cultos de adoración. Desafía también nuestra adoración formalista; nos recuerda que la adoración exige un compromiso enérgico de todo nuestro ser, incluso cuando no estamos dirigiendo el culto. Contrario a las percepciones de muchos, la congregación debe participar activamente a través del culto, uniéndose en los cánticos con su mente y corazón, pero también con sus oraciones internas mientras se lleva a cabo el culto. Deben participar, con gran atención, en la lectura y predicación, para entender lo que se dice de la Palabra y aplicarlo profundamente en sus mentes, corazones, consciencia y afectos, por medio del Espíritu Santo. 

Si este es el único Dios vivo y verdadero que adoramos cuando nos reunimos, no nos atrevamos a hacer algo menos que esto, que entregar todo nuestro ser mientras participamos en la adoración. En esto dependemos completamente de la gracia, la ayuda y el poder del Espíritu Santo. 

Para concluir, Strivens añade una cita de Jeremiah Burroughs: «Hay gran dulzura y deleite en acercarnos a Dios».

John Owens escribió: 

«Debemos tener un gran deleite en la adoración a Dios; no se trata de un deleite carnal o de una actuación exterior de los deberes de la adoración, sino de una santa contemplación renovadora… de la sabiduría, la gracia y condescendencia de Dios, que Él mismo se revelará a nosotros por Su propia y soberana voluntad, para condescender a nuestra debilidad y de esta forma comunicarse a Sí mismo con nosotros, para animar y atraer a nuestras almas y acercarlas a Él, y, en ese encuentro, cumplir con Sus promesas de hablar o comunicarse con nosotros por Jesucristo. La contemplación de estas cosas lleva al alma a acercarse para deleitarse en Dios».

Benjamin Keach, un pastor de teología Bautista, de la línea puritana, pastor de la iglesia que luego se convertiría en el Tabernáculo Metropolitano en Londres, en el siglo XVII escribió en su tratado “La gloria de la verdadera iglesia”:

«La iglesia, en su culto público, es la semejanza más cercana al cielo».  

¿Quieres saber algo del deleite que nuestros seres queridos están gozando en el cielo? ¡Adora a Dios como Él lo manda en Su Palabra en el seno de la iglesia [local]!

Hebreos 12.22-29 nos dice de esa experiencia: «Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel. Mirad que no rechacéis al que habla. Porque si aquellos no escaparon cuando rechazaron al que les amonestó sobre la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si nos apartamos de aquel que nos amonesta desde el cielo. Su voz hizo temblar entonces la tierra, pero ahora Él ha prometido, diciendo: “Aún una vez más, yo haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo”. Y esta expresión: “Aún, una vez más”, indica la remoción de las cosas movibles, como las cosas creadas, a fin de que permanezcan las cosas que son inconmovibles. Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor».  

Cristiano, deja de adorarte a ti mismo, deja tu mundanalidad, deja de estar centrado en ti mismo, y entrégate a adorar a Dios. Busca una iglesia bíblica que llene los requisitos bíblicos, para que puedan dirigirte en una adoración bíblica en la que uno de los requisitos es centrarte en Dios en sumisión humilde a Su Palabra. 

Amigo incrédulo, ¿qué se opone a que adores a Dios de esta manera? Tu pecado. La verdadera adoración a Dios no consiste de un lugar, sino de una comunión liberada del pecado, para que puedas adorar a Dios. Esto requiere arrepentimiento de la idolatría y la codicia; requiere fe y obediencia; insistencia en adorar a Dios solamente como Él manda en Su Palabra. Amigo, tu peor pecado es que no amas a Dios, que te creó; Él es el Ser más hermoso y glorioso que existe; Él es digno de ser amado y adorado. Pero tú te amas a ti mismo, y, peor aún, amas el pecado. ¡Ve a Cristo! Para que Él cambie tu corazón y borre tus pecados, para que puedas amar y adorar a Dios según Su Palabra. Repito, ve a Cristo, porque Él está cercano a todo aquel que se acerca con un corazón contrito y humillado.

«Buscad al SEÑOR mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca. Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al SEÑOR, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar» (Isaías 55.6-7).

Usado con permiso. Iglesia Bautista Reformada de North Bergen.

El Pastor Eugenio Piñero se graduó de Northeastern Bible College en Essex Fells, NJ (EUA) en el año 1976. Durante sus estudios conoció a la iglesia Trinity Baptist Church de Essex Fells (luego Montville), NJ (EUA). Cuando era miembro de aquella amada iglesia, el pastoreo de Albert N. Martin fue una poderosa influencia para bien sobre su conocimiento bíblico y carácter. El Pastor Piñero fue llamado a servir como pastor interino de la Primera Iglesia Bautista (ubicaba en aquel entonces en Hoboken) en octubre del año 1977. Después de una evaluación de su vida según los requisitos de 1 Timoteo 3 y Tito 1:5-9, fue reconocido por la iglesia y llamado oficialmente a ser su pastor, en febrero del 1978. Continuó beneficiándose de los consejos del pastor Martin durante muchos años y, como resultado, la iglesia conoció con mayor exactitud las enseñanzas bíblicas y comenzó a aplicarlas a su vida personal, familiar y eclesiástica.

Lamentablemente, muchas de las perspectivas bíblicas más fundamentales se han perdido de vista en el cristianismo de hoy, de tal forma que a veces el cristianismo bíblico, genuino, e histórico puede parecer novedoso. Sin embargo, Dios comenzó a bendecir los esfuerzos del pastor Piñero de tal forma que otros pastores comenzaron a buscar sus consejos y su ayuda, de ahí que ha podido compartir con otros lo que él ha recibido. La aplicación de estos consejos ha contribuido al establecimiento de ministerios bíblicos que han comenzado un proceso de reforma bíblica en la vida eclesiástica, familiar y personal con un nuevo entendimiento y compromiso. Una de las perspectivas fundamentales que el pastor Piñero aprendió del ministerio de la iglesia bautista Trinity es que debemos seguir las Escrituras por dondequiera que nos dirijan. Sea esta nuestra perspectiva como iglesia, todos los días de nuestro peregrinaje terrenal.