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La Adoración Puritana (I)

El propósito de la obra salvadora del Señor Jesucristo es convertir al hombre en un verdadero adorador de Dios, que con todo su ser redimido le adore como Él manda en Su Palabra. 

I. La enseñanza del Señor Jesucristo sobre la adoración

Jesús le dijo a la samaritana en Juan 4.21-24:

«Mujer, créeme; la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad».

Mediante estas palabras, Jesús predijo la introducción de una nueva era en la que el centro de la adoración no sería ni en el monte Gerizim, ni en Jerusalén, sino que, más bien, se llevaría a cabo en aquel lugar en donde Su Iglesia se reuniera a adorar a Dios.

El apóstol Pedro describe esta adoración en 1 Pedro 2.4-5 dice: «Y viniendo a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo». Él describe a la Iglesia como una casa espiritual compuesta de piedras vivas. Estas piedras son los creyentes regenerados por el Espíritu de Dios, reunidos como un cuerpo para adorar a Dios. Su adoración no consiste en ofrecer sacrificios físicos, sino espirituales. El énfasis recae sobre el carácter espiritual de estos sacrificios. Esto tiene que ver con el corazón que ofrece a Dios lo que Él manda en Su Palabra. Es a esto que Jesús se refiere cuando conversaba con la mujer samaritana. En esta nueva administración que se establecería, la adoración sería preeminentemente espiritual. No se trata de ofrecer sacrificios físicos como los que Israel trajo al Señor en antaño. Todo esto sería reemplazado para dar paso a una adoración preeminentemente espiritual. 

En este nuevo período, el sistema sacrificial y sacerdotal instituido en el Antiguo Testamento sería reemplazado por una adoración sencilla y netamente espiritual. Las formas anteriores de adorar a Dios —que incluían ceremonias, sacrificios, sacerdotes, fiestas, lavamientos, vestiduras sacerdotales, el coro con sus correspondientes instrumentos musicales— pasarían a la historia. Aún el templo, con todos sus rituales y liturgia, serían reemplazados por una adoración espiritual. De ahí que ahora los sacrificios que se presenten serían sacrificios espirituales ofrecidos a Dios por medio de Jesucristo. Los que adoran forman una casa espiritual compuesta, no por piedras inertes, sino por piedras vivas que en unión a Cristo forman una casa espiritual. Estos sacrificios espirituales se presentan mediante la capacitación, ayuda y asistencia del Espíritu Santo.

Al revelar el cambio en la adoración, Jesús se tomó el tiempo para enseñarle a la mujer samaritana cuál es la naturaleza de la adoración que Dios espera y acepta, de aquellos que le adoran. Esta es una adoración cuyo énfasis y carácter es espiritual: «Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu» (Juan 4.24). Una adoración en el espíritu significa una adoración de corazones regenerados por el Espíritu Santo.

En su comentario sobre los versículos 20-24 de Juan 4, William Hendriksen escribió:

«En este contexto el adorar en espíritu y en verdad sólo puede significar: A. tributar a Dios un homenaje en que participe todo el corazón, y B. hacer esto en completa armonía con la verdad de Dios según está revelada en Su Palabra. Esta adoración, por lo tanto, no sólo será espiritual en lugar de material, interna en lugar de externa, sino que también estará dirigida al verdadero Dios que la Escritura presenta y que se ha revelado en la obra de la redención. Para algunos, la actitud humilde y espiritual no significa gran cosa. Para otros, la verdad o pureza doctrinal no tiene mucha importancia. Ambos son parciales, están desequilibrados, y por lo tanto, equivocados. Los adoradores genuinos adoran en espíritu y en verdad

Porque tales adoradores busca el padre. Esto no significa que existen personas que se han hecho adoradores ellas mismas, y que, por así decirlo, el Padre las está buscando; más bien tiene el sentido de que el Padre continúa buscando intensamente a sus elegidos para hacerles tales adoradores. Su búsqueda entraña salvación (cf. Lucas 19.10). Siempre es Dios el que toma la iniciativa en la obra de salvación; nunca el hombre (véase Juan 3.16; 6.37, 39, 44, 65; 15.16).» [1]

Para una adoración aceptable, el hombre tiene que ser librado de su pecado e idolatría mediante una verdadera conversión en la que el pecador confiesa su pecado, se arrepiente y se vuelve a Dios por la fe, para recibir el perdón de sus pecados y ser limpio en la sangre del Señor Jesucristo. Ya libre de la dictadura de su pecado, ahora es verdaderamente libre para adorar a Dios. «Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Tesalonicenses 1.9).

William Hendriksen escribe:

«La necesidad de una adoración realmente espiritual tiene sus raíces en la esencia de Dios: Dios es espíritu. En el original el sujeto, Dios, va al final y lleva artículo. El predicado se pone en primer lugar para hacer resaltar esta verdad: ¡Dios es completamente espiritual en su esencia! ¡No es un dios de piedra, ni un árbol, ni una montaña para que se le tenga que adorar en este o aquel monte; por ejemplo, el Gerizim! Es un ser incorpóreo, personal e independiente. Por ello, los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad.» [2]

La adoración introducida por el Señor Jesucristo en Su Iglesia reemplazó para siempre la adoración que se ofrecía en el Antiguo Testamento en cuanto a forma, ceremonias, rituales e instrumentos. Volver atrás para incluir estas cosas del Antiguo Testamento es un retroceso que no tiene fundamento bíblico, y que va en contra de lo que el Señor Jesucristo enseña en Juan 4  y 1 Pedro 2.4-5, y lo que se enseña en la epístola a los Hebreos. La Iglesia no mira hacia atrás; mira al Señor Jesucristo, porque en Él tenemos la Sustancia. Las sombras del Antiguo Testamento, en lo que respecta a la adoración, pasaron a la historia. Insistir en volver a incluir esas cosas es querer volver a un estado de infancia espiritual de la que el Señor Jesucristo —por medio de Su obra, muerte, resurrección y ascensión— nos libró. 

Ahora la Iglesia ha sido introducida a un estado más alto de madurez espiritual. Es algo irresponsable de parte de algunos líderes cristianos el llevar a la Iglesia hacia atrás en lo que respecta a la adoración. Esto es incoherente con la enseñanza del Señor Jesucristo, y mantiene a la Iglesia en un nivel espiritual de infancia en lugar de llevarla a alcanzar un nivel de madurez espiritual que prepara a la Iglesia para la adoración en la tierra, y después en el cielo. 

II. Los puritanos y la adoración

Los puritanos del siglo XVI y XVII se esforzaron por aplicar la enseñanza del Señor Jesucristo. Ellos se esforzaron por adorar a Dios en espíritu y en verdad. Esto significa que su adoración era teocéntrica, espiritual y bíblica. Antes de tratar el tema de la adoración puritana, es importante establecer quiénes eran los puritanos. Ellos representan un modelo de adoración bíblica, digna de imitación. Leland Ryken nos da una descripción clara y excelente del puritanismo:

«El puritanismo fue parte de la reforma protestante en Inglaterra. Ninguna fecha o evento específico marca su inicio. Primero asumió la forma de un movimiento organizado en la década de 1560 bajo el reinado de la reina Isabel, pero cuando identificamos los rasgos de ese movimiento podemos ver que sus raíces se remontan a la primera mitad del siglo. Sus antepasados intelectuales y espirituales incluyen figuras como el traductor de la Biblia William Tyndale, el popular predicador y evangelista Hugh Latimer y Thomas Becon. Y seguramente las raíces del puritanismo incluyen a los exiliados protestantes que huyeron al continente durante la persecución bajo la reina católica María (1553-1558). El puritanismo comenzó como un movimiento específicamente de la iglesia. La reina Isabel estableció el “Asentamiento isabelino” (también conocido como “El compromiso isabelino”) dentro de la Iglesia de Inglaterra temprano durante su reinado. Ese compromiso reunió la doctrina reformada o calvinista, la continuación de una forma de culto litúrgica y (a los ojos de los puritanos) católica, y un gobierno de la iglesia episcopal.

Los puritanos estaban impacientes con esta detención de la Reforma. Desde su punto de vista, la Iglesia inglesa se mantuvo “parcialmente reformada”. Deseaban “purificar” la Iglesia de los vestigios restantes de la ceremonia, el ritual y la jerarquía católica. Esta disputa temprana con la iglesia estatal se amplió rápidamente para incluir otras áreas de la vida personal y nacional. El puritanismo era, en parte, un fenómeno claramente inglés, que consistía en el descontento con la Iglesia de Inglaterra. Pero desde el principio también formó parte del protestantismo europeo. Horton Davies dice que “el puritanismo comenzó como una reforma litúrgica, pero se convirtió en una actitud distinta hacia la vida”. A medida que el movimiento avanzaba, cada vez más puritanos no podían “ajustarse” lo suficiente a la iglesia estatal para permanecer como buenos miembros dentro de ella.

El movimiento puritano debe entenderse ante todo como un movimiento religioso. La interpretación secular del puritanismo es el producto de una época irreligiosa y pasa por alto que, incluso en sus manifestaciones políticas, sociales y económicas, el puritanismo expresó una perspectiva religiosa. 

El movimiento puritano fue un movimiento misionero que se energizó con nada menos que la visión de una sociedad reformada. Alguien ha resumido acertadamente el programa puritano de esta manera: “El llamado a una reforma fue un llamado a la acción, primero para transformar al individuo en un instrumento adecuado para servir a la voluntad divina, y luego emplear ese instrumento para transformar a toda la sociedad”. 

El puritanismo también fue un movimiento de protesta, al igual que el movimiento protestante en general. Los puritanos están protestando contra las actitudes del catolicismo romano y, con menos frecuencia, del anglicanismo.» [3]

Su protesta, sobre todo, llamó a la Iglesia a reformar su doctrina y su adoración, a volver a las sendas antiguas trazadas por las Santas Escrituras.

El puritanismo fue, sobre todo, un movimiento religioso que el Espíritu de Dios usó para llevar a la Iglesia a una reforma en su doctrina y en su adoración a Dios. La adoración puritana es un tema muy amplio. Por lo tanto, nos centraremos en tres aspectos fundamentales de esta adoración: 1. La necesidad de reformar la adoración; 2. La adoración puritana estaba arraigada en un concepto alto de Dios; 3. Los puritanos creían que la adoración a Dios debe ser con todo el ser redimido. 

Este artículo sobre la adoración puritana y los que le siguen, están basados en la conferencia que dio el pastor Robert Strivens en Trinity Baptist Church en Montville, New Jersey. Cada uno de los aspectos anteriormente mencionados tienen algo vital que enseñarnos sobre el tema de la adoración al trino Dios. Es la convicción del pastor Strivens (y la mía personal) que muchas de las presunciones, los razonamientos y los criterios, así como las prácticas del evangelicalismo contemporáneo, y de algunas iglesias reformadas, se ponen en tela de duda por la seriedad con la que los puritanos abordaron el tema de la adoración, y de la enseñanza bíblica que aplicaron a su propia adoración privada y pública. 

1. La necesidad de reformar la adoración

Uno de los objetivos centrales del puritanismo fue la necesidad de reformar la adoración en la Iglesia. Este fue un aspecto fundamental en la adoración puritana. Generalmente, cuando pensamos en los puritanos, lo primero que pensamos es en la doctrina reformada sobre la justificación (salvación sólo por la fe). Pensamos también en la predicación y la práctica pastoral que destacó a los puritanos. Sin embargo, los reformadores del siglo 16 y los puritanos que le siguieron no sólo vieron la necesidad de reformar la doctrina y la práctica pastoral, sino también la manera en la que se adoraba al Trino Dios. 

Si nos detenemos a considerar detenidamente las prácticas del culto de aquellos días, pronto nos daremos cuenta por qué fue necesario reformarlas. A finales de la Inglaterra medieval, la misa era la ceremonia principal a la que más personas asistían, el momento más importante del culto. No fue la predicación ni compartir el pan y el vino, sino presenciar y ver la misa, cuando la gran mayoría de los laicos no estarían, normalmente, en condiciones para recibir ninguno de los dos elementos de la cena. 

El momento culminante para muchos de los presentes era simplemente ver la hostia (el pan consagrado) ser elevado en alto por el sacerdote, y cuando las palabras de la transubstanciación eran pronunciadas: “Hoc est enim corpus meun” (Este es mi cuerpo). A esto le llamaban: “El sacrificio”. ¡Este era el momento culminante de la misa! Las personas congregadas para esta ceremonia estaban divididas por un panel en el que se hallaba un gran crucifijo. El panel separaba al sacerdote que celebraba la ceremonia en el extremo oriental del edificio de los laicos, en la parte principal de la Iglesia. El panel tenía aquello para que las personas más cercanas pudieran ver la hostia elevada en la ceremonia. Tan importante era esa parte del culto, que una campana sonaba inmediatamente antes de que el sacerdote elevara la hostia. 

En iglesias más grandes se celebraban varios cultos simultáneos, y la gente podía oír el sonido de la campana antes de que la hostia fuera elevada a otras partes del edificio. Thomas Cranmer, a quien Strivens cita, comentó sobre esta práctica para demostrar que en la misa católica romana la hostia era realmente adorada:

«¿Qué hacía que la gente corriera de sus asientos a un altar, y de altar en altar, y de sacramento en sacramento, espiando y mirando esa cosa que el sacerdote tenía en sus manos si no pensaban honrar la cosa que veían? ¿Qué movió a los sacerdotes a llevar el sacramento tan alto sobre sus cabezas? ¿Qué llevó a la gente a decirle al sacerdote: “álzala, álzala”? ¿Qué llevó a un hombre a decirle a otro: “inclínate ante lo que ves”, o a decir: “este día vi a mi hacedor”, o a decir: “yo no puedo estar quieto hasta que vea a mi creador una vez al día durante esa ceremonia”? ¿Qué era lo que llevó al sacerdote y a la gente a llamar a otros y arrodillarse tan devotamente al ver el sacramento, si no era que adoraban esa cosa visible que ellos vieron con sus ojos y la consideraban como si fuera el mismo Dios?» [4]

Es obvio que una adoración idólatra como esta fue motivada por una falsa doctrina. Estas dos cosas estaban inextricablemente entrelazadas: la presentación de la hostia y la adoración rendida a la misma por la gente. Por tanto, reformar la doctrina debe incluir reformar la adoración, y viceversa; los reformadores inevitablemente tuvieron que trabajar, no solo por reformar la predicación y enseñar la sana doctrina, sino que también tuvieron que promover e inculcar en sus iglesias lo que es la verdadera adoración a Dios según las Santas Escrituras. 

Hay otra razón de mayor peso por la que era muy importante reformar la adoración en aquellos días: la historia nos informa que en el año 1544 se llevó a cabo la Dieta Imperial en el río Rin. Juan Calvino aprovechó la oportunidad para dirigirse al emperador Carlos V, a los príncipes y a otras órdenes presentes. Se exhortó a los que allí se reunieron a emprender la tarea de restaurar la iglesia. Según Calvino, la iglesia tenía que reformar su adoración y la doctrina de la salvación. Calvino escribió:

«Si se pregunta por las cosas principales, la religión cristiana tiene una posición de la verdad y mantiene la verdad en dos cosas: estas dos cosas no solo ocupan un lugar principal sino que también comprende bajo ellas todas las demás partes: 1. Toda la sustancia del cristianismo es un conocimiento de la forma en que Dios es debidamente adorado; 2. Y la fuente de cuya salvación ha de obtenerse.» [5]

Calvino explica por qué la enseñanza acerca de la verdadera adoración a Dios es tan vital.

  1. Lo es por la naturaleza de Dios como la única Fuente de toda virtud, justicia, santidad, sabiduría, verdad, poder, bondad, misericordia, vida y salvación. «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas» (Romanos 11.36). Según Calvino, toda la gloria se le debe a Él y nosotros tenemos que buscar todo bien de Él (Salmo 73.25-28). De esto procede la oración y la alabanza, siendo estas cosas manifestaciones de Su gloria que debemos rendirle a Él. Esto es la santificación genuina de Su nombre, que Él requiere de nosotros sobre cualquier otra cosa (Mateo 6.9). Con esto viene la adoración y la reverencia por Su grandeza y excelencia.
  2. A esto le sigue que nosotros tenemos que humillarnos delante de Dios y servirle con todo lo que somos y tenemos; este temor y percepción debería gobernar nuestros corazones y gobernar todas las acciones de nuestra vida. Por lo tanto, la adoración, para Calvino, era la primera cosa que debe interesarnos cuando consideramos la Reforma. Debe ser lo primero que nos importe, y esto porque la misma naturaleza de Dios lo demanda. Un entendimiento de lo que Dios es y cómo Él se ha revelado, nos llevará inevitablemente a ver la necesidad de entender correctamente lo que significa adorar a Dios. Por estas razones, los reformadores se entregaron a reformar la adoración, la doctrina de la justificación solo por la fe, y otros asuntos doctrinales y teológicos de importancia vital para la vida, sobrevivencia, pureza y ministerio de la iglesia. 

Ahora, este énfasis sobre la reforma de la adoración no solo fue esencial para los reformadores del siglo XVI, sino que también lo fue para los puritanos ingleses en el siglo XVI y XVII. Cuando la reina Elizabeth I llegó al trono en el 1558, Inglaterra había salido de 5 años de haber estado nuevamente bajo la doctrina y las prácticas católicas romanas. Todas las ceremonias, los rituales y la falsa doctrina católica que habían sido ampliamente abolidos durante el reino de Eduardo V (1547-1553), fueron restauradas por María cuando llegó a ser reina en el 1553. Los cultos nuevamente se llevaron a cabo en latín en lugar de hacerlo en inglés. La mesa de madera en el centro de la iglesia fue reemplazada por un altar de piedra. La vestimenta católica romana fue nuevamente instituida como algo obligatorio para los clérigos. Los libros católicos de la oración fueron nuevamente introducidos y usados en la iglesia. El agua bendita, las cruces, los crucifijos, las velas y toda la parafernalia católica romana que habían sido prohibidos por el rey Eduardo fueron nuevamente introducidos en la iglesia. Las procesiones, y sobre todo la misa, fueron reinstaladas. 

Este fue el cuadro que los puritanos tuvieron que enfrentar cuando regresaron de su exilio religioso para servir en la iglesia de la reina Isabel I. Ella reinó en Inglaterra e Irlanda desde el 17 de noviembre de 1558, hasta su muerte en 1603. Su reinado fue conocido como la Era Isabelina, que duró más de 4 décadas. ¡Grande fue el reto que los puritanos tuvieron que enfrentar para establecer nuevamente la adoración bíblica!

Reformar la adoración fue una de las tareas más importantes que los puritanos tuvieron que realizar en la época de la Reina Isabel I, apodada “Reina Virgen”. Esto se manifestó en las luchas que tuvieron contra Elizabeth sobre el orden de la adoración en la iglesia anglicana que ella gobernaba. El enfoque de estas luchas se centró en el libro de la oración, el cual regulaba la adoración en la Iglesia nacional durante la época de los puritanos. Aunque este libro abrió la puerta para restaurar algunas de las cosas que se llevaron a cabo en la época del rey Eduardo, no abolió los elementos y varias prácticas de la adoración católica romana. Esta reforma limitada produjo grandes inquietudes a los puritanos durante el reinado de Isabel I, del rey Jacobo, y del rey Carlos I; ¡Esas luchas duraron 100 años! 

Los ministros puritanos y miembros de sus iglesias protestaron porque la reforma era muy limitada e insuficiente. Entre las cosas que los puritanos combatieron se encuentran:

  1. Los bautismos que se llevaban a cabo por una persona laica (que generalmente era la comadrona).
  2. La señal de la cruz durante el bautismo.
  3. La declaración en el bautismo (que decía que el Infante bautizado era una persona regenerada).
  4. Arrodillarse durante la comunión.
  5. El uso de anillos durante las bodas.
  6. La suposición en el culto fúnebre de que la persona que había fallecido era cristiana.
  7. La inquietud de que la lectura del libro de oración dejaba muy poco tiempo para la predicación.
  8. El uso de los libros apócrifos.
  9. La forma de absolución.
  10. La falta de disciplina eclesial.
  11. La vestimenta religiosa que el clero usaba.

Algunas de estas inquietudes y objeciones parecen asuntos de poca o ninguna importancia.

Entonces, ¿por qué preocuparnos y quejarnos con cosas como el uso de un anillo matrimonial en el culto? ¿Por qué no respetar el gesto de la señal de la cruz en el bautismo de un niño? Porque estas cosas, que para algunos parecen triviales, no lo son. No son cosas triviales, porque afectan y prostituyen la adoración que tenemos que rendir a Dios y que Él demanda de nosotros en Su Palabra. Eran impedimentos para la verdadera adoración a Dios. No eran cosas insignificantes, ni neutrales, porque corrompen la verdadera adoración a Dios, se oponen a lo que Él exige de nosotros en Su Palabra y le ofenden.  

El hecho de que los ministros puritanos continuaron su protesta contra las prácticas antibíblicas de la iglesia anglicana, muestra claramente cuán importante era para los puritanos reformar la adoración. Aunque ellos podían predicar sobre la doctrina de la justificación solo por la fe y solo por Cristo, esto no fue satisfactorio para muchos de ellos. No era suficiente; por tanto, insistieron en instituir en sus respectivas iglesias la forma bíblica de adorar a Dios según ellos entendían. Su compromiso a reformar la adoración se manifestó en su disposición a sufrir si fuera necesario, con tal de adorar a Dios como Él manda en su Palabra, porque ¿quiénes son los adoradores que Dios busca? Aquellos que adoran al Padre con un espíritu regenerado, guiado, capacitado y bajo la influencia del Espíritu Santo, que le adoran según lo que Él manda en Su Palabra. 

La adoración que Dios exige de cada una de sus criaturas, especialmente de los creyentes, es solo lo que Dios manda. Solo esto es correcto y lo que no se manda es erróneo [6]. Este es el principio bíblico que debe regular la adoración a Dios. Cuatro argumentos bíblicos apoyan este principio [7]. 

  1. Es la prerrogativa de Dios solamente determinar las condiciones con las que los pecadores pueden acercarse a Él en la adoración (Génesis 4.1-5; Éxodo 20.4-6).
  2. La introducción de prácticas extrabíblicas en la adoración… anulan… la adoración establecida por Dios (Mateo 15.3, 8-9; 2 Reyes 16.10-18).
  3. La sabiduría de Cristo y la suficiencia de las Escrituras se cuestionan cuando se añaden elementos a la adoración que no han sido ordenados por Dios (2 Timoteo 3.16-17).
  4. La Biblia condena explícitamente toda adoración que no sea mandada por Dios (Levítico 10.1-13; Deuteronomio 17.3, 2.2, 4.29-32; Josué 1.7, 23.6-8; Mateo 15.13; Colosenses 2.20-23).

Los puritanos tuvieron que pagar un alto precio por reformar la adoración. Sobre este punto, Robert Strivens dice:

«El arzobispo de Canterbury, John Whitgift, tomó medidas drásticas durante el reinado de Isabel I contra los ministros que eludían o se oponían a los requisitos del libro de oración de la iglesia anglicana. Como resultado, algunos ministros fueron suspendidos de sus funciones. Durante ese periodo, setenta ministros hicieron lo mismo. Algunos de ellos ya tenían problemas con las autoridades de su país.

El clímax llegó con la gran eyección (expulsión) de los años 1660-1662. Bajo El Acta de Uniformidad del 1662, los ministros fueron obligados a declarar públicamente a su iglesia durante el culto su apoyo y consentimiento no fingido para el uso de todas las cosas en el libro de la oración común. Casi dos mil ministros no podían conciliar con su conciencia el cumplimiento de esta ley. Ellos estaban preparados a perder sus ministerios y su sustento, en lugar de someterse a las prescripciones del Libro de Oración Común que se había reeditado durante la restauración de la monarquía en el 1660». 

Algunas preguntas 

Hasta aquí hemos considerado el primer aspecto fundamental del puritanismo: La necesidad de reformar la adoración. A la luz de las cosas que hemos considerado, debemos hacer las preguntas que hizo el pastor Strivens. ¿Cuál es el precio que estás dispuesto a pagar para mantener o sostener la reforma bíblica de adorar a Dios? ¿Hasta qué punto estás dispuesto a renunciar a tu ministerio, beneficios ministeriales y financieros, para resistir la tentación de presidir sobre una adoración que consiste en cosas que Dios no demanda de Su Iglesia en Su Palabra?

Es difícil para algunos concebir a nuestro gobierno tomando medidas de lugar, similares a las que Inglaterra adoptó para regular la adoración en la época de los puritanos. Creemos que para algunos el peligro en nuestros países no son las leyes o las medidas de estado, sino la cultura evangélica actual. Hay una gran presión, a veces sutil, para que introduzcamos y adoptemos elementos antibíblicos en nuestros cultos de adoración a Dios; hay presión para que introduzcamos esos elementos antibíblicos en el culto, con el pretexto de apelar y atraer a los incrédulos a venir a la iglesia. 

Como Strivens escribió:

«El costó de negarse a ceder a estas presiones puede ser muy alto. Los cristianos más jóvenes pueden no querer unirse a tu congregación, porque perciben tus cultos como cosas de antaño, y los ven con pocas probabilidades de atraer a sus amigos no cristianos. Por otra parte, puede haber una presión sutil y muy intensa, o una presión abierta, para que se hagan cambios en la iglesia que proceden del temor y la ansiedad de perder la oportunidad para atraer a nuevas personas o a incrédulos a los cultos. En un ambiente como este, puede ser que la forma de pensar no se ajuste a las iglesias que buscan a un pastor. Presiones como estas pueden ser intensas y el costo de resistir puede ser muy alto.

¿Tenemos las convicciones bíblicas de los puritanos sobre lo importante que es adorar a Dios sólo como Él manda en Su Palabra? ¿Estamos convencidos como ellos de que necesitamos hoy reformar no sólo la doctrina, sino también la adoración en la iglesia?». 

2. La adoración puritana estaba arraigada en un concepto alto de Dios

Los puritanos dejaron un legado sumamente importante sobre la adoración que la Iglesia debe rendir a Dios. En sus días, ellos vieron la necesidad de reformar la adoración según las enseñanzas del Señor Jesucristo. Otro aspecto fundamental en su adoración fue la alta teología que apoyó y motivó su adoración. Ellos tenían una alta visión de Dios, y de Cristo como la Cabeza de la Iglesia. La doctrina de Dios y de la adoración estaban indisolublemente unidas en el pensamiento de los puritanos. 

Basado en la enseñanza de las Santas Escrituras, los puritanos insistieron en que la adoración que honra y agrada a Dios es teocéntrica. Él es el centro y el Único Objeto de la adoración. “El es el objeto de tu alabanza y Él es tu Dios, que ha hecho por ti estas cosas grandes y portentosas que tus ojos han visto” (Deuteronomio 10.21).

En las palabras de Jesús: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él servirás” (Mateo 4.10). “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarle en espíritu y en verdad” (Juan 4.24). Estos son los adoradores que Dios busca que le adoren. Sin embargo, muchos son constantemente tentados a rendir culto a algo o a alguien que no sea Dios. Como Pablo dijo: prefieren adorar y servir a la criatura en lugar del Creador (Romanos 1.25). Lamentablemente, esta preferencia a honrar a la criatura se ha introducido en la Iglesia de varias maneras. Por ejemplo, una práctica popular evangélica de la adoración nos enseña que el enfoque principal del culto cristiano debe ser la mutua edificación entre los creyentes. Esta perspectiva convierte al hombre en el objeto central de la adoración. Aunque la Biblia manda y promueve la edificación entre los creyentes (1 Corintios 14.26), aún así, este no es el propósito principal del culto en la Iglesia. 

En su primera epístola, Pedro describe el culto cristiano. Él dice en 1 Pedro 2.4-5: «Y viniendo a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo». El cuadro que Pedro presenta aquí es de una casa espiritual compuesta de piedras vivas que ofrece sacrificios espirituales a Dios mediante el Señor Jesucristo. Según este pasaje bíblico, Dios es el Único Objeto de la adoración en la Iglesia. Los sacrificios espirituales que proceden de corazones regenerados (piedras vivas) y purificados por la sangre de Cristo, no se ofrecen al hombre, ni a los ángeles, ni a los profetas, ni a las estatuas, ni a María, ni a otra criatura, ni a ninguna otra cosa, sino a Dios. El texto declara: para ofrecer sacrificios espirituales aceptables 一¿a quién?一 no al hombre, sino a Dios. El enfoque es Dios. Por lo tanto, la verdadera adoración no se enfoca principalmente en la edificación de los creyentes, sino en Dios. 

Sobre esto, Strivens escribe: 

«Para los puritanos, la adoración de la Iglesia debía enfocarse en Dios. El pueblo de Dios, cuando se reunía, debía tener una visión muy elevada de Dios, y expresarla en su culto corporal.»

Stephen Charnock, en su obra de La existencia y los atributos de Dios, lo expresa de la siguiente manera:

«El primer fundamento del culto que rendimos a Dios es la excelencia infinita de Su naturaleza, que no es solo un atributo, sino que resulta de todos; porque Dios, como Dios, es el Objeto del culto, y la noción de Dios no consiste en pensar que es Sabio, Bueno y Justo, sino como todo aquello que está infinitamente más allá de cualquier concepción. Y de ahí se deduce que Dios es un Objeto que debe ser amado y honrado infinitamente.» 

Charnock muestra cómo la doctrina de Dios influye en la adoración que rendimos a Dios. 

«Debemos —argumentó Charnock— concebir a Dios como un Espíritu para poder adorarlo correctamente. Debemos evitar pensar en Sus atributos en una forma meramente humana o en una forma finita. Más bien, debemos considerar cómo Su poder, sabiduría y bondad trascienden infinitamente cualquier naturaleza corporal. Solo de esta manera podemos ofrecer la adoración que corresponde a Su naturaleza, ya que es infinitamente sobre todo ser corporal. La luz de la naturaleza misma nos enseña que la excelencia de un objeto (en este caso, Dios mismo), requiere una adoración conforme a la dignidad de Su naturaleza, que no puede ser correspondida, sino por el más serio afecto interior, así como por la decencia exterior; y una falta de esto (en la adoración) no puede sino ser juzgada como impropia de la majestad del Creador del mundo y de la excelencia de la religión.

William Perkins insistía en que tenemos que adorar a Dios como “un Ser Trinitario”, que subsiste en la Persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por lo que debe ser concebido y conocido por nosotros. La regla antigua de la Iglesia es que la unidad debe ser adorada en Trinidad y la Trinidad en unidad. Cuando dirigimos nuestra adoración a una persona de la Trinidad, debemos incluir al resto en la misma adoración. De hecho, debemos tener en cuenta la distinción y el orden de las tres Personas, sin dividirlas, ni separarlas, porque así se nombran y se presentan en las Escrituras, y así son por naturaleza. De manera que cuando oramos al Padre por el perdón de los pecados, debemos pedírselo por el mérito del Hijo y por la seguridad que da el Espíritu Santo. Y cuándo buscamos de Dios el Hijo la remisión de los pecados, debemos rogarle que procure del Padre el conceder el perdón, y, con todo, asegurarlo por medio de Su Espíritu; y de manera similar, cuando nos dirigimos al Espíritu”». 

A la luz de lo que los puritanos enseñaron, Strivens dice: 

«Es de este intenso enfoque en el Ser y el carácter de Dios, como aquello que impulsa nuestra adoración, de donde se deriva el énfasis puritano del principio regulador. Con mucha frecuencia, el principio regulador por el cual se rige nuestra adoración (lo que Dios ha ordenado expresamente en las Escrituras), es tratado como si fuera una regla por sí sola, aislada del Ser y la naturaleza de Dios, que la estableció. Entonces, el principio regulador se convierte en algo frío y seco; no más que una serie de reglas capaz de absorber toda la vida de nuestra adoración. Para los puritanos, por el contrario, el principio regulador era un principio vivo de adoración, que dependía de la misma naturaleza de Dios, el Ser infinitamente Glorioso, que es es el Objeto de nuestra adoración. ¿Cómo podemos hacer otra cosa que adorar a tal Ser en la forma en que nos ha indicado expresamente? 

Aunque en su defensa del principio regulador, los predicadores puritanos a menudo se centraban en los pasajes bíblicos clave, como la ofrenda de fuego extraño de Nadab y Abiú (Levíticos 10), la rebelión de Coré (Números 16) y la muerte de Uza (2 Samuel 6), el principio regulador, en última instancia, está arraigado en la naturaleza misma de Dios; por esto, los puritanos lo tomaban tan en serio.

Así John Owen, en su Breve instrucción sobre la adoración y disciplina de las iglesias del Nuevo Testamento, argumenta que lo principal en la adoración es santificar el Nombre de Dios, lo cual hacemos, dice Owen, al adorarle en la manera en la que Dios ha mandado. Dice Owen: “Mostramos honor a Cristo en la adoración cuando le obedecemos. Y como las instituciones de la adoración evangélica son los mandamientos más especiales (de Cristo), honramos a Cristo particularmente cuando mostramos obediencia en la adoración. En esto Él ejerce Su poder real y señorial sobre la Iglesia. Cuando Su pueblo le obedece de este modo, Él es glorificado en el mundo”.»

La adoración que no mira consciente y deliberadamente a Cristo para obedecer Su mandato no es una adoración verdadera, ¡y no agrada al Señor! No podemos honrar a Cristo en la adoración si no hacemos las cosas que Él nos manda. «Lo que no es mandado por Cristo —añade Owen— carece totalmente de autoridad divina y no puede, en ninguna forma, incrementar o promover la verdadera devoción a Dios en aquellos que le adoran». (Juan 14.15, 21, 23-24). 

¿Qué afectos naturales y carnales pueden ser despertados por esas cosas que hacemos en el culto que Cristo no autorizó? ¿A qué devoción externa pueden estas cosas llevarnos, sin que sean cosas dudosas? Esas cosas que Cristo no mandó a hacer en la adoración no son los medios de avivar la gracia de Dios en el corazón de los creyentes. 

Decir que cualquier cosa que Cristo no ha ordenado suscitará eficazmente la devoción a Él es, en parte, menospreciar Su sabiduría y Su bondad hacia Su Iglesia. Por otra parte, ensalza la sabiduría de los hombres por encima de lo que es justo atribuirle. 

Owen sostuvo que, cuando obedecemos a Cristo al hacer lo que Él nos manda en la adoración, trae beneficios. Cuando somos cuidadosos en observar lo que Cristo nos manda a hacer en la adoración, somos edificados. 

En la celebración de las ordenanzas del evangelio, Dios en Cristo se compromete a revelarse íntimamente al creyente como su Dios y a recompensarlo. Promete revelar en una forma especial y más íntima Su amor. Jesús dijo en Juan 14.21: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a Él». La fe, dirigida por la Palabra de Dios a descansar y confiar en Él, llevará al creyente a recibir al Señor mientras observa Sus ordenanzas. Esta fe será animada, aumentada y fortalecida como respuesta a nuestra obediencia a Sus mandamientos. De manera que no se trata de que nuestras emociones hacia Cristo en la adoración sean despertadas, avivadas y gratificadas por el estímulo de la música, ni aún por las mismas palabras que cantamos; más bien, es que nuestra fe hacia Cristo, durante la observancia de Sus ordenanzas, sea fortalecida para nuestra edificación. Le estamos adorando, cuando por amor obedecemos al Dios que nos ama. En ese momento, el amor y la comunión con los hermanos son también fortalecidos. Mientras adoramos juntos a nuestro Padre en el Espíritu, nosotros gozamos de nuestra unión con Cristo.  

En la observancia de las ordenanzas en la adoración a Dios, los creyentes juntos expresan estos principios y sentimientos; juntos ejercen la fe, la esperanza y el amor. Así crecen y llegan a ser como Cristo, la Cabeza de la Iglesia. 

La obediencia a esta forma de adorar, mandada por Cristo en Su Palabra, nos lleva a honrar a Dios en este mundo, nos capacita para manifestar nuestra fe y obediencia, nos capacita para mantener el orden establecido por Cristo en Su iglesia, y nos da el poder o la gracia para embellecerla.

Lo que recibimos de Dios cuando le adoramos según lo que Él nos manda en Su Palabra, nos capacitará para exaltar a Cristo y dar a conocer el mensaje del Evangelio que Dios usa para salvar a las almas. Aquellos que descuidan las ordenanzas de Cristo sobre estas cosas, no respetan realmente ninguna cosa sobre la verdadera religión. Es mediante la obediencia a Sus mandatos, respecto a la adoración, que la iglesia de Jesucristo glorifica a Dios en este mundo. Estos son los medios que Dios prescribe en Su Palabra para que Su Iglesia manifieste su unión y lealtad a Él. 

En Jeremías 3.14-15, Dios le dice a sus hijos infieles: «Porque yo soy vuestro dueño, y os tomaré, uno de cada ciudad y dos de cada familia, y os llevaré a Sión. Entonces os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia». Dios bendice a Su pueblo cuando Su pueblo le obedece. Si Sus hijos se vuelven a Él, Él les dará pastores según Su corazón, junto con otras bendiciones. Dios trata con severidad a aquellos en la iglesia que descuidan o ignoran Sus instrucciones en la adoración; esta fue la razón por la cual algunos en Corinto estaban débiles, enfermos y muchos ya dormían (1 Corintios 11.30). 

Los puritanos vieron la necesidad de reformar la adoración. Ellos tenían una alta teología de Dios y de Cristo que apoyó y motivó su adoración. Por lo tanto, la doctrina de Dios y de la adoración estaban indisolublemente unidas en su mente. Esto les llevó a adorar a Dios de una manera agradable, aceptable y bíblica. Si nosotros hemos de hacer lo mismo, tenemos que examinar seriamente lo que hemos hecho y estamos haciendo en la adoración; esto es, si hemos de honrar y agradar a Dios en la adoración. 

Recordemos que en el culto debemos dirigir y centrar nuestras mentes completamente en Dios. Debemos meditar en lo que Él es y en lo que Él ha hecho, y asegurarnos de que lo que estamos haciendo es, realmente, lo que Él nos manda a hacer en Su Palabra. Tal adoración glorificará a Dios, nos acercará más a Él, transformará nuestras vidas, aumentará nuestra fe, nos llevará a obedecerle y nos animará a servirle.

[1] William Hendriksen, Juan, Página 180

[2] William Hendriksen, Juan, Página 180

[3] Leland Ryken, Worldly Saints: The Puritans As They Really Were

[4] E Duffy, The Stripping of the Altars, 2nd edn., Yale University Press, 2005, Página 98, citando a Thomas Cranmer, Miscellaneous Writings and Letters of Cranmer, ed. J.E. Cox 1846, Página 442. 

[5] Juan Calvino, The Necessity of Reforming the Church, trans. H Beveridge (Dalton 183), Página 1. 

[6] Samuel E. Waldron, Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689, Página 367.

[7] Samuel E. Waldron, Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689, Página 366-369.

Usado con permiso. Iglesia Bautista Reformada de North Bergen.

El Pastor Eugenio Piñero se graduó de Northeastern Bible College en Essex Fells, NJ (EUA) en el año 1976. Durante sus estudios conoció a la iglesia Trinity Baptist Church de Essex Fells (luego Montville), NJ (EUA). Cuando era miembro de aquella amada iglesia, el pastoreo de Albert N. Martin fue una poderosa influencia para bien sobre su conocimiento bíblico y carácter. El Pastor Piñero fue llamado a servir como pastor interino de la Primera Iglesia Bautista (ubicaba en aquel entonces en Hoboken) en octubre del año 1977. Después de una evaluación de su vida según los requisitos de 1 Timoteo 3 y Tito 1:5-9, fue reconocido por la iglesia y llamado oficialmente a ser su pastor, en febrero del 1978. Continuó beneficiándose de los consejos del pastor Martin durante muchos años y, como resultado, la iglesia conoció con mayor exactitud las enseñanzas bíblicas y comenzó a aplicarlas a su vida personal, familiar y eclesiástica.

Lamentablemente, muchas de las perspectivas bíblicas más fundamentales se han perdido de vista en el cristianismo de hoy, de tal forma que a veces el cristianismo bíblico, genuino, e histórico puede parecer novedoso. Sin embargo, Dios comenzó a bendecir los esfuerzos del pastor Piñero de tal forma que otros pastores comenzaron a buscar sus consejos y su ayuda, de ahí que ha podido compartir con otros lo que él ha recibido. La aplicación de estos consejos ha contribuido al establecimiento de ministerios bíblicos que han comenzado un proceso de reforma bíblica en la vida eclesiástica, familiar y personal con un nuevo entendimiento y compromiso. Una de las perspectivas fundamentales que el pastor Piñero aprendió del ministerio de la iglesia bautista Trinity es que debemos seguir las Escrituras por dondequiera que nos dirijan. Sea esta nuestra perspectiva como iglesia, todos los días de nuestro peregrinaje terrenal.