No tenga usted nada que ver con la idolatría y la superstición, sea cual fuere el nombre bajo el que se le presentan. En esto, necesita ser sumamente cauteloso y circunspecto.
1. Porque es algo que obra sigilosamente a través de pretensiones e insinuaciones plausibles (2 Pedro 2.1; Efesios 4.14; Colosenses 2.23).
Hay algo escrito acerca de este [misterio] en la frente de la ramera (Apocalipsis 17.5). Tal como comenta el Dr. Usher [1]: “La apostasía romana se coló disfrazada sigilosa y gradualmente en la Iglesia”. Es un misterio de iniquidad, dice el Apóstol, y un misterio en acción (2 Tesalonicenses 2.7). Sí, iniquidad, pero una iniquidad mística, porque se presenta disimulada y oculta bajo el nombre y la apariencia de piedad y fidelidad; las prácticas idólatras tienen reputación de ser sabias (Colosenses 2.23). Dice Davenant [2] sobre este pasaje: “Su aparente modestia no pretende una revelación inmediata del Espíritu”. No obstante, por si acaso sus decretos e invenciones no pueden pretender ser de sabiduría divina, dicen que sus doctrinas y tradiciones no se consignan en los escritos de los Apóstoles, sino que son entregados por una voz vívida, por la que “hablamos sabiduría entre aquellos que son perfectos”. Y cada uno llama sabiduría a sus propias invenciones. Dice Ireneo [3]: “Por lo tanto, a veces bajo el pretexto de sabiduría, orden, decencia, tradiciones apostólicas, antigüedad, el poder de la iglesia, etcétera, se acerca sigilosamente a los hombres sin que lo perciban, especialmente por lo corrupta que es su naturaleza”. Con este propósito, podemos ver que Babilonia, la Madre de las Rameras, tiene el vino de su fornicación en un cáliz de oro (Apocalipsis 17.4). El vino en sí es placenteramente tentador, pero aún más cuando es presentado en una copa de oro, con el borde azucarado y endulzado para hacerlo más delicioso. Por lo tanto, hijitos, ustedes, almas sencillas, simples y crédulas, fácilmente atraídas por cosas hermosas que deslumbran, cuídense.
2. Porque no hay nada que provoque e inflame más que esto, la ira ardiente del Señor, quien es un Dios celoso.
Provoca Su ira y enciende Su furor consumidor (Ezequiel 38.18; 43.7-9). De la siguiente manera, el Dios bendito se queja de las acciones de los hombres como si Su corazón estuviera destrozado: “Yo me quebranté a causa de su corazón fornicario que se apartó de mí, y a causa de sus ojos que fornicaron tras sus ídolos” (Ezequiel 6.9). Una sola mirada indecorosa a un ídolo, hiere a Dios en lo más profundo. Cuando ve a Su pueblo cediendo a la tentación, lanza un alarido de dolor, por así decir, y clama: “¡Ay! ¡No hagan esta cosa abominable que aborrezco!”. Ay, que tuvieran ustedes el corazón de un niño y no hicieran lo que destroza el corazón de su padre.
Pregunta: ¿Pero qué quiere decir usted al hablar de idolatría y superstición? Es de esperar que no se estén practicando entre nosotros las cosas de las cuales son culpables los paganos y los papistas.
Respuesta: Permítanme explicarles dos cosas y, entonces, quizá puedan verlas más cerca de ustedes de lo que pensaban, y consideren esta advertencia como una palabra a tiempo.
Una advertencia seria y oportuna
Idolatría entonces, según la definición correcta y generalmente comprendida, es el culto religioso rendido a aquello que no es el Dios verdadero o al Dios verdadero mismo, pero de una manera distinta que la ordenada en su Palabra. Por lo tanto, vemos claramente que una adoración puede ser idólatra de dos maneras:
- Con respecto al objeto: Si la adoración tiene como su objeto a algo que no es el Dios verdadero, es una burda idolatría que condena el Primer Mandamiento o sea, idolatría pagana, la cual, a la luz del Evangelio, hace tiempo que ha sido echada fuera y expulsada de estas regiones del mundo.
- Con respecto a la manera: Cuando adoramos al Dios verdadero, pero de un modo que Él no ha ordenado en su Palabra, sino que es algo inventado y trazado por nosotros mismos. Esto se condena como idolatría en el Segundo Mandamiento: No te harás, o sea, por tu propio cerebro, tu propia cabeza, imagen, bajo cuyo título todas las invenciones humanas que corrompen la adoración pura y sencilla a Dios se prohíben considerándolas idólatras. El hecho de inventarnos o hacernos imágenes es idolatría (Amós 5.26; Números 15.39). Por lo tanto, el becerro de fundición se convirtió en un ídolo para los israelitas —no porque fuera objeto de adoración, porque se ve claramente que era a Jehová, el Dios verdadero, a quien tenían intención de adorar con el becerro— como podemos ver en Éxodo 32.4-5: “Mañana será fiesta para Jehová”. El problema era que por ser la manera que ellos mismos inventaron de adorar al Dios verdadero; aquello era idolatría.
Y esta adoración a Dios, de maneras inventadas por nosotros, es idólatra por dos razones:
- Es diseñada por nuestra propia voluntad, o sea, que tal adoración no tiene otro fundamento o razón que la voluntad del hombre (Colosenses 2.23) y, entonces, destrona a Dios, poniendo la voluntad humana por encima de la divina, y otorgando a las criaturas el honor que solo le pertenece a la soberanía y gloria inmarcesible del Dios bendito. Porque la soberanía absoluta de Dios, la cual es Su gloria (1 Timoteo 6.15), se manifiesta de manera especial en dos cosas: En Sus decretos (Romanos 9.20) y en Sus leyes (Isaías 33.22; Santiago 4.12). El Señor es nuestro Rey y Legislador, y hay un solo Legislador. Ahora bien, al prescribir cualquier cosa basados en nuestra autoridad, en lo que a adoración se refiere, anulamos los mandatos de Dios (Mateo 15.6) y despreciamos Su ley real. El trono de Dios es invadido por las criaturas, que quieren ser legisladores también, lo cual no puede ser, como no puede ser que en el cielo haya dos soles; y el resultado es que Dios es olvidado, como dice Oseas 8.14: “Olvidó, pues, Israel a su Hacedor, y edificó templos”, o sea, que edificaron templos cuando Dios había determinado un solo templo. Y por esto, la indignación y la ira de Dios se manifestaron de una manera tan terrible contra usurpadores como Nadab y Abiú, porque Dios es un Dios celoso, siendo los celos algo que conocemos por ser también un sentimiento humano que provoca indignación. Dios considera esto [lo que dice Oseas] como la maldad más grande y descarada que la criatura puede cometer. “Toda la maldad de ellos fue en Gilgal” (Oseas 9.15), o sea, que aquello era la peor maldad posible porque adoraban al Señor según el gusto de ellos, lo cual era una afrenta a la sabiduría y soberanía de Dios, que de ninguna manera podía tolerar. Esto se llama poner nuestro umbral junto al umbral del Señor (Ezequiel 43.8). Y cuanto más se acerca éste a él, más lo provoca. Por eso, dice en el mismo texto: “Poniendo solo una pared entre mí y ellos”, o sea, que levantó una pared entre ellos como, por lo general, se interpreta o quiere destacar cómo Dios es provocado cuando se acercan tanto a Él con sus invenciones. En hebreo dice: “Había una pared entre yo y ellos”. Con esto, se hace evidente que las ceremonias doctrinales y simbólicas, me refiero a ritos y ceremonias que se incluyen en la adoración a Dios, que tienen un significado espiritual solo por autoridad del hombre, son mezclas y agregados idólatras y cosas similares que provocan terriblemente a Dios. Toda la libertad que las Escrituras nos dan es solo esta: Observar y realizar aquellas cosas que Dios ha instituido de una forma ordenada y apropiada (1 Corintios 15.46) y no pretender adorar a Dios con todas las innovaciones que nos plazcan.
- Y además, es idólatra también porque la insolencia atrevida de los hombres al adorar a Dios a su propia manera revela sus nociones y sus conceptos burdos y carnales acerca de Dios. Idear una manera carnal y pomposa de adorarle significa que, primero, hemos establecido un ídolo en nuestra imaginación, alguien como nosotros y totalmente distinto al Dios verdadero, quien es el Ser más sencillo, puro y espiritual, y como tal debe ser adorado (Juan 4.24). Pero al idear una manera tan carnal de adorar, pienso que es obvio que hemos creado otro dios, uno de fantasía, totalmente distinto del Dios que nos revela la Palabra. En cuanto a esto, Josué le dijo al pueblo: “No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados” (Josué 24.19). No se puede servir al Dios verdadero hasta tener un concepto correcto de Él. Hay los que fantasean que Dios es todo misericordia, como si a la par de Su compasión, no tuviera justicia o rectitud para hacerles rendir cuentas de sus pecados y, en consecuencia, no hacen más que adorar a un ídolo concebido en su propia imaginación, en lugar del Dios verdadero. Y si observamos detenidamente el tema, parece ser también idolatría, someternos y reconocer la autoridad soberana de una criatura para establecer leyes para la adoración e hincarnos ante un dios imaginario o un ídolo, fruto de nuestra propia fantasía, al punto de inclinarnos ante a una imagen de fundición o tallada en madera y adorarla.
Por lo dicho, podemos ver la naturaleza de este segundo tipo de idolatría, al igual que su origen y proliferación. No es más que el corazón orgulloso y carnal del hombre, que no está dispuesto a mantenerse dentro de los límites de la Palabra, por lo que descarta una manera espiritual, clara y sencilla de adorar. En su lugar, se inventan nuevos ritos, ceremonias y formas de adorar a Dios más apropiados y agradables a la carne. Y de allí que en las Escrituras, la idolatría es considerada como obra de la carne (Gálatas 5.20), porque el hombre natural, teniendo un corazón orgulloso y una imaginación activa, depende de los sentidos, y al no ser elevado y rectificado por la Fe, da forma a conceptos y nociones carnales de Dios y después inventa una manera de adorar acorde con esas nociones suyas. De modo que, como alguien bien ha dicho:
“Esta es la fuente y el principio de todo error: que los hombres piensen que lo que les complace a ellos, complace a Dios, y que lo que les desagrada a ellos, seguramente le desagrada a Él.”
De modo que esta idolatría es concebida entre el corazón carnal y el diablo, quien, al no poder atraer a los hombres a la idolatría de antes, se esfuerza todo lo posible para enredarlos y profanarlos con esto, en parte por malicia hacia Dios, sabiendo qué cosa preciada es para Él el que lo adoren y, en parte, por su plan de arruinar a todo el que se siente atraído a tomar este camino. Satanás sabe que los dolores del idólatra se multiplicarán y que Dios rara vez deja escapar a uno de ellos sin castigar (Salmo 16.4).
En resumidas cuentas, vemos claramente que la adoración puede ser correcta en cuanto a su objeto, pero idólatra con respecto a la manera de realizarla. Porque lo que, sin darle importancia, la criatura hace, pretendiendo un poder total, no solo es despreciar la ley real, sino también una traición terrible contra Jesucristo.
Instituir algo, aunque sea la parte más pequeña de la adoración, por nuestra propia autoridad, sin apoyo o base en las Escrituras, es tan idólatra como si adoráramos a un ídolo… de modo que la adoración a Dios está corrompida por una mezcla de ritos y ceremonias humanas doctrinales y simbólicas que Dios no ha ordenado para su adoración en su Palabra. Aunque nuestra adoración sea correcta en cuanto al objeto, es idólatra por la manera de realizarla. En esto tenemos que estar en guardia y tener cuidado porque es un punto crítico.
Toda la adoración instituida por Dios y cada parte de ella dependen enteramente de su voluntad soberana. Por lo tanto, nadie, fuera de Dios, puede alterar ninguna parte de ella, porque nadie sabe lo que es aceptable a Dios, sino Dios mismo. Aquello que es de alta estima para el hombre, es una abominación para Dios.
La voluntad de Dios, que es el fundamento y regla de su adoración, se nos revela únicamente en las Escrituras, por lo cual es claro que, en cuanto a la adoración, todos tienen que aferrarse a la Palabra.
Por consiguiente, podemos ver la puerta por la cual entra la superstición y cómo se van agregando cosas nuevas no ordenadas. Inventar ritos y ceremonias, e incluirlas en la adoración a Dios, dándoles un significado y uso espiritual, es caer en superstición porque es algo distinto y fuera de lo que Dios ordena y requiere. Y así como toda el agua del Tíber no puede limpiar a los papistas de la suciedad de su idolatría y superstición en sus misas, altares, vestiduras y cruces; tampoco nada fuera de la sangre de Jesús puede limpiarnos a nosotros de lo mismo, si actuamos como ellos.
[1] James Ussher (1581-1656): Pastor y erudito protestante irlandés. Opositor vehemente del catolicismo romano; no obstante, era respetado por todos por su carácter dulce y la asombrosa amplitud de su erudición.
[2] John Davenant (1572-1641): Pastor puritano, autor de un comentario famoso sobre Colosenses.
[3] Ireneo (c. 140-202): Obispo de Lyon en las Galias en el siglo II. Considerado por muchos como el primer teólogo sistemático.
Tomado de “Antipharmacum Saluberrimum or A Serious and Seasonable Caveat to All the Saints in This Hour of Tempation” (Antipharmacum Saluberrimum o Una advertencia seria y oportuna a todos los santos en esta hora de tentación) en The Works of John Flavel, Tomo VI, reimpreso por Banner of Truth Trust. John Flavel (c. 1630-1691), puritano congregacionalista inglés, nacido en Bromagrove, Worcester.